martes, 22 de diciembre de 2009

La fuerza centrífuga

Cansado tal vez, o aburrido de, quizás hasta confundido por ello, no dejo de leer entrelíneas en los discursos de las personas, en sus palabras siempre iguales, que acaso el sindrome más común, lo poco común que queda a la gente es eso llamado soledad.
Soledad enorme, persona sola vacía sin dirección sin expectativas luego, una, dos, miles de personas, una sola soledad. Gigantesca, cuco, fuerza centrífuga que arroja lejos las almas, las desposee de certezas, les quita palabras necesarias, las confina allá, a la Siberia de su naturaleza social.
Y entonces las personas se acercan nuevamente a un núcleo. Se reúnen nuevamente, se desconocen, se empiezan a juntar cada vez más, se aprietan, se asfixian. Y cuando de la nada en ese todo aparece un gesto humano de abrazo, el renovado golpe que arroja lejos y a volver a la lejanía. Tanta que cuesta años, vidas enteras volver de esos viajes enormes.
Son las ojeras en aquellas caras conocidas, bajo esas miradas suplicantes, aterradas, como si la guerra fuése también interna. El desconcierto tirano, absoluto y su palabra de piedra engendrando hijos ciegos de corazón mudo, esponjas secas que nunca sabrán del agua.
Vidas siempre al borde de algo, la fé en el abismo, o iniciar esa caída libre a un vacío que cambie lo poco conocido, lo opresor de lo gris, la cachetada del ahora que siempre será ahora porque allá no existe futuro sino más soledad.
Sentimientos que vinieron para funcionar desgastados por el uso como máquinas para entender el absurdo. Los no. Hermosas piezas de relojería, precisas si es que para ellas la oportunidad del tiempo les permitiese girar; En un vacío a contramano, andando hacia atrás, destrozando el empuje natural y finalmente máquinas atrasadas, deformes, chirriantes, sentimientos vencidos que mañana será su ayer esperando su retorno al inicio, completamente perdidos todos, solos. Demasiado solos.
Elaborando estrategias en un charco de barro o la imágen mentira, apoyado el ser en un piso de brazas que quema y obliga a correr hacia la lava misericordiosa que al fin acabará una existencia plana, sin la belleza, o sin las alas siquiera, útiles que hubieran servido para abandonar ese suelo que arrastra al núcleo.
Mis palabras quieren ser alas.
Pocos fueron los que las tuvieron y no se los soportó.
Pero ya cambiaron el mundo muchas veces y el núcleo está podrido, y el suelo caliente, un día va a explotar.
Luego el aire, la brisa nueva, y la eterna quietud.

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