miércoles, 26 de noviembre de 2014

El loco y su Leila

Graffitis con poesía (El loco Ariel segunda parte)

He contado a grandes rasgos algo de la vida de este personaje que aunque luche por eso, nunca pasa desapercibido adonde sea que vaya. Él bromea que hasta "los del más allá lo conocen" haciendo mención a lo que viene a ser el nervio más sensible de su existencia; el hecho que lo marcó para siempre, y del que sin poder olvidarse aún, echando de menos, ha decidido superar y en su catársis derrama poesía.
Quién es uno para juzgar su arte; sus creaciones, su estética o la métrica que les imprime a esos retazos de versos propios, prestados, oídos al pasar de alguna canción o sencillamente dichos por otros. Todo lo que él aprecia bonito para Leila, lo pasa al pincel y a la pared.
Anda en bici, pero tiene su auto para cuando llueve o no tiene ganas de cargar peso. Del auto él suelta una de las anécdotas más extrañas, cuando le toca recordar a Leila, ese amor raro que le tocó vivir de jóven.
Volviendo de Salta una noche, en junio de 2001, grafica, lo pilla la bruma espesa, una cortina de niebla muy densa en la ruta 9 a la altura de la famosa "cuesta del 25", eran cerca de las once y no se veía un carajo, delante mío venía un ómnibus y delante de éste, al parecer, según deduce del recuerdo confuso de haberlo visto en el peaje, un camión largo, cargado...
Andando a una velocidad bastante prudente, y tras varios minutos de lenta procesión, paciente en la espera, a Ariel lo empieza a traicionar de a poco el sueño. Vuelve a él la imágen de las luces coloradas traseras del micro y la luz mortecina del interior de su auto, del panel; Explica que no sabe cuándo pero empieza a cabecear, apretaba las muelas en vano, la sensación de los ojos nublarse y fugarse hacia arriba sin quererlo; En eso, y tras años de terapia, habiéndose volcado al escepticismo y a la religión por tiempos, todo vuelve: Ve a esa mujer sentada a su lado. Iba tal como la recordara, con su vestimenta elegante, el saquito marrón, la falda, las botitas probablemente porque lo que menos le vio fueron los piés... Era ella, una vez más asombrosamente Leila como en vida, a su lado y él en la confusión lúcida del que sabe que sueña pero no puede con eso, y de pronto en esa realidad describe con no sé qué palabras exactamente Ariel, algo muy parecido a la felicidad. ¿Se acababa de matar acaso? ¿Y la sangre, y el humo, y el dolor quizás? ¿Qué era todo eso? 
Desprende de a migajas el tipo como vio en un instante equis las luces del ómnibus de adelante abrirse paso a la izquierda y en un juego de parpadeos alejarse de la formación de vehículos sobrepasando al camión con acoplado e invitándolo a él a sumarse a la velocidad. Ariel dibuja que por lógica y cansancio empuja el acelerador y parte tras el micro, decidido también. Y ahí ella. Leila tomándolo del brazo, ¡Tan real! ¡Negro! -me dice- ¡Era ella loquito, era ella! (La emoción se le ve hasta en las muelas, no puede ser más efusivo).
¿Y qué hablaron supuestamente? -Soy estúpidamente cortante, me sale el aguafiestas de adentro, no me contuve esa-
Sin hacerme caso al tono, conmovido me va a contar que le dice la mujer "No vengo a buscarte, vos todavía no vas a venir, tenés que vivir, vos me ayudaste y hoy yo puedo ayudarte a vos, porque hoy vos me buscaste a mi" o algo así, y se quedó mirándolo al Ariel que no entendía nada; Lo miraba fijo, como tal vez la primera tarde juntos, ¡Era real negrito..!
Y después la impresión más dura. ¡Leila, decime algo más, qué pasa! Nada, te dormiste, eso es todo. ¿Te acordás que nos veíamos en sueños? Bueno, esta vez vos viniste a mí, y yo te recibí encantada, sos mi gran amor, pero no es tu tiempo.
(...)
Ariel salió tras el ómnibus efectivamente. De hecho según pericias, el vehículo de pasajeros hizo una maniobra arriesgadísima en la que sólo había espacio apenas para caber entre dos vehículos y luego nada. De frente una camioneta con gallinas venía en bajada haciendo luces y al parecer le fallaban los frenos, había niebla, el asfalto húmedo, y un autito azul oscuro con un Ariel dormido o en trance o quien supiera, con una mujer aparentemente. Las marcas de las ruedas negras por las frenadas de la camioneta en vano muy cerca, los pedazos de chapa a lo largo de cuarenta metros, pedazos de luneta aquí, plumas por todos lados, algo de sangre, o mucha quizá...
(...)
Al costado de la cama, en el hospital Padilla, sus padres, un amigo, gente de la iglesia pidiendo un milagro para él, médicos con cara de cosas irremediables ya, y Ariel que se despierta casi gritando enyesado del cuello para abajo ¡Pero esperá no te vayas!
Según él, y sin ningún dolor, transcurrieron segundos nomás esos cinco días de sueño tras el accidente. Esos segundos escasos, mínimos, estuvo con ella sentada a su lado todavía en ese auto, en esa noche, diciéndole lo que menciona más arriba, eso y nada más. Ahí al despertar, todo ¿tan rápido? sí, rapidísimo, lloró. Porque se dio cuenta, efectivamente, la aparición de Leila a su lado era la prueba de algo que nunca asumió. Estaba muerta. Y él también unos segundos tal vez. Pero ese pedido de que viviera, de que no era su tiempo... Esa era la división, la rayita que enseñan en la primaria lejana que separa dos cifras obligándolas a renunciar a partes iguales para algún resultado indefinible. Aquí eran ellos dos, no había cociente, el resultado de dividir un número par menor que dos porque acaso si dos nunca sería del todo par, ella allá él aquí y así es el amor...
Desde ese día y ya convencido de la cercana distancia al dividendo, muerte de por medio, dos puntos, decidió tomar un papelito y escribirle llorando seguro, porque Ariel es de llorar a veces, a lo chico y con moco, "Yo te quiero mucho, pero te dejo ir en paz, andá tranquila, no sigas sufriendo". 
Para ella, por la gauchada de la vida, de la tibieza hace años, de su piel perfecta, le copió este poema...

Ella ha tomado mi tiempo
Me convence de que está bien
pero cuando se va, no estoy tan seguro
Siempre es igual
Ella está jugando su juego
y cuando se va siento la culpa
¿Por qué no dice que me necesita?
Sé que ella no es tan fuerte como parece

¿Por qué no la veo pedir ayuda?
¿Por qué no la siento pedir ayuda?
¿Por qué no la oigo pedir ayuda?

Vagué alrededor por las calles de esta ciudad
tratando de encontrarle el sentido a todo
La lluvia en mi rostro cubre el rastro
de todas las lágrimas que he tenido que derramar
¿Por qué debemos esconder las emociones?
¿Por qué nunca debemos derrumbarnos y llorar?

Lo único que necesito es pedir ayuda
Que alguien por favor oiga mi pedido de ayuda
Lo único que puedo hacer es pedir ayuda

No hay por qué sentir verguenza, liberar el dolor, pedir ayuda

Pedir ayuda es lo único que necesito
Lo único que necesito es un pedido de ayuda
Pedir ayuda es lo único que necesito
Lo único que necesito es un pedido de ayuda

¿Por qué debemos esconder las emociones?
¿Por qué nunca debemos derrumbarnos y llorar?
Lo único que necesito es pedir ayuda
Estaré ahí cuando pidas ayuda
¿Por qué no te oigo pedir ayuda?

Lo único que necesito es pedir ayuda
Que alguien por favor oiga mi pedido de ayuda
Lo único que puedo hacer es pedir ayuda

Lo único que necesito es pedir ayuda
Estaré ahí cuando pidas ayuda
¿Es tan difícil pedir ayuda?

(Pedir ayuda es lo único que necesito)
No hay por qué sentir verguenza, liberar el dolor, pedir ayuda
(Lo único que necesito es un pedido de ayuda)
Ven y libera el dolor
(Pedir ayuda es lo único que necesito)
Confía en mí
(Lo único que necesito es un pedido de ayuda)
Mi amor te hará libre.  

domingo, 23 de noviembre de 2014

La Cuin bich (Queen bitch)



Este testimonio, toda una historia de vida en sí, lo agrego por el componente paranormal; No es una vida muy común, si acaso alguna lo es. Pero en esta, si se deja a un lado lo extraño, todo pierde sentido. Para él "eso", lo raro, "lo freak" es parte misma de su ser, no se entiende sin esos ingredientes y está contada en primera persona. Re-armada a partir del relato que me hiciera esta personita que voy a mantener en anonimato obviamente. Por momentos le hacía preguntas, y van a aparecer las respuestas nomás, para no marearlos tanto. Ahí va.

Nací en 1986, y me crié de chico en San Cayetano. Yo era un chico, un varoncito normal como cualquierita, tenía varios hermanos mayores, yo era "la menor" (risas). Los más grandes, Helena y Jorgito dejaron pronto la casa; Luego Cristina, que era medio hermana también se fue, se casó con un sanjuanino, y quedé yo con mi hermano mayor que yo por tres años, que hoy es policía. Bueno, o sea, éramos los dos hombrecitos que iban a quedar en la casa, todo eso cuando yo tenía unos ocho años; La cosa, te cuento, (exagera mucho la ene, que parece una eme al pronunciarla) es que yo jugaba muy bien a la pelota, era muy bueno, me venían a buscar y todo los otros chicos más grandes para que esté en sus equipos, porque era como te digo ¡muy bueno! jugaba de siete -se ríe-; La cosa es que una noche, fallece una vecina de la Berutti, allá en la esquina de mi casa, y mi mamá que la conocía me lleva de prepo al velorio que le hacían en su casa. ¡Ay te juro que me da miedo todavía esa luz azul que había y la gente llorando! Y después mi mamá me cuenta que esa vecina era como bruja o algo y me quería mucho a mí desde que era bebé. Yo ni sabía de la vieja esa. Bueno, esa misma noche me acuerdo, yo tenía ocho años, la difuntita me viene a visitar a mi cuarto. Me aparece por la puerta, yo dormía con mi hermano, y me dice no tengas miedo, yo te voy a ayudar, tu hermano no se va a enterar porque duerme pesado, ja. Yo muerta de miedo imaginate, verla a la doña esa como viva hablándome, diciéndome eso, no podía ni gritar del miedo, me quedo quietito, mirándola, oyéndola. Ella me repetía, yo te voy a cuidar mucho.
Ok, pasan unos años, nada, yo iba creciendo, seguía siendo varón, me empezaba a hacer machito ya, y mi hermano entonces tenía quince años, era un hombre, para colmo le gustaba andar peleando siempre y de vez en cuando yo también la ligaba porque es malo, es bravo él. Un día me acuerdo yo iba a comprar mis zapatos para entrar a la secundaria ya, iba para los trece, cuando en el negocio me atiende un tipo me acuerdo que no sé qué le ví, pero me cambió la vida para siempre. Desde que lo ví me asusté por dentro porque lo primero que pensé es "me gusta". Me sentí súper raro, quería como llorar, me puse re nerviosa, imaginate -risas nuevamente-.
Desde ese día supe que era distinto, me atraían los chicos, ya no quería ir a jugar a la pelota por miedo, me daba terror ver a esos muchachotes y enamorarme, me mataban seguro. Y volvió a aparecer ella, yo ahora la llamo "mi amiga perra", de cariño obvio, pero te cuento que se me aparece, ¿Sabés cómo? una mañana mirándome en el espejo, de repente me veo como una mujer. Después supe por ella que era ella misma de jóven reflejándose en el espejo, te juro, no era mi imágen, era ella. Quise romper el espejo, pero ella me tranquilizó me dijo "soy tu amiga y te he dicho que te iba a ayudar" la cosa es que me hizo ver que vivía dentro mío, era como mi otro yo, esa vez nomás la ví fuera de mi en el espejo, pero estaba dentro mío, sigue ahí, es mi amiga del alma, como te digo...
La primera vez que me trasvestí, o sea que me hice yo misma, fue después de lo del espejo, y no fue jugando como otros. Me dije, ya es hora de mostrarme al mundo, y con ropa que le sacaba a mi vieja, que me quedaba grande, me las arreglé, aprendí a usar cosas de mujer, y por dentro esa voz angelical de la Queen diciéndome "sos hermosa, ponete eso o lo otro". Ella siempre me guió. Esa noche que fui mujer por primera vez, salí. Me atreví a salir de casa. Me acuerdo que me fui a un quince que no estaba invitada pero al que como varón si me habían invitado. Y la cuin adentro mío re enojada porque a ella no y le dije vamos las dos y punto. Y me fui -risas- esa noche descubrí muchas cosas. Iba sola por la calle re oscuro, pero hablaba con ella, que me decía que iba a brillar, ja, yo cantaba esa canción de los redonditos "a brillar mi amor" (...) y fue tal cual.
Ni bien llegué a la fiesta ¡no me reconocieron! era tarde, estaban todos en pedo parece, pero me mande solita y me sentía mortal, la música fuerte, la cerveza, el "diyei" fue el primero en piropearme qué piernas mamita me decía re loco el tipo, pero fue a una señora, tía de la chica del quince a la que le ví el futuro. La cuin, de adentro mío me dijo ¿ves esa señora? bueno, ella se muere el lunes vas a ver.
Todavía me acuerdo clarito, el lunes cuando volvía de la escuela al mediodía un montón de gente, de la Edison, del otro barrio, todos, en la calle, eran todos te juro, se acababa de morir la mujer esa, volviendo de hacer las compras se descompuso en medio de la calle y quedó frita. Pobre. Yo me sentía re-culpable nene...
Después de eso, la empecé a respetar mucho a mi cuincita, ella me sopló que iban a suceder desgracias y se cumplían, pero de reloj te digo. Mirá: Otra vuelta, me dice "no te trasvistas esta noche" y yo re contrera porque me había enamorado de un amigo no le hice caso, ¡para qué! esa noche me dio la cana mi hermano, te juro me dio tal paliza, yo lloraba, lo maldecía por dentro, me dolía su odio, no sus golpes, después agarró un arma de papá y me juró que me mataba antes que tener un hermano puto. Yo corrí como loca esa noche a medio vestirme por la calle, me refugié en un vecino un señor grande que me hizo pasar me acuerdo, me salvó de ese monstruo que me quería matar ahí mismo.
La cuin me dijo esa vez que mi hermano era y sería siempre malo, que me cuidara mucho de él y cuidara a mi familia también de él, que se volvería asesino, y que iba a zafar siempre por lo malo que era. Qué fea sensación con ese hermano... -lo nombra-.
Después decidí irme del todo de mi casa, ya no daba para más, porque mi hermanó contó todo y me amenazaba y mis padres no se metían hacían como si fuera un juego todo. Mi padre tomaba mucho.
La cuin me dice un día: Andate y juntate con fulanito. Tenía un novio, un chongo que le dicen, era un chico que conocí en un baile me re cuidaba el era gay, no? Bueno le hice caso y me mudé con mis cositas a su casa, pusimos una peluquería, no nos iba mal, él después se hizo rico, se fue al centro y todo, ahí sigue, es re top pero la cuin me dijo que me alejara, que él me quería hombre no travesti. Bueno, lo más alucinante fue desde entonces, que me mudé yo sola al bajo, al pasaje donde vivo al lado de la vía vieja, detrás de los hotelitos, ahí a la vuelta de la terminal.
Desde entonces yo tiro las cartas, pero sobre todo ayudo a la gente a voluntad. La cuin es la que me guía. Ponele, yo paso por una casa y ella me dice "ahí se ahorcó una mina y su alma está en pena", yo agarro golpeo las manos y hablo con esa gente y la curo.
Voy en el colectivo y sube una parejita, "esos son tordos de trampa" te juro que no le erro. Le predije la muerte a un taxista, le dije "señor usted no trabaje tal día" y el tipo me re insultó. En el diario me enteré que lo asaltaron y murió de un disparo. Yo tengo facultades, veo la muerte. La respiro, la cuin es mi antenita.
Me da terror pasar por el hospital Padilla o el de niños, no quiero saber, porque me vienen muchas visiones.
Sé cada lugar donde espantan, porque la cuin me indica quiénes son los que molestan a los vivos. No soy una chanta ni me doy a conocer como otras que sé... Sólo vivo mi vida y no me promociono. Ayudo pero la muerte es inevitable, es más, vos no me creerías la cantidad de muertos que andan caminando por ahí confundidos entre la gente común. Sí. Me oíste bien, muertos bien muertos, son zombis, y después ¡fum! desaparecen un día. Lo hacen cuando se dan cuenta de que han muerto antes. Pero tienen cuerpo, tienen carne, no sé pero están. Son sobre todo chicos jóvenes, ay no sé qué decirte, es como que va a pasar algo muy feo dentro de poco, y esa gente es como que ya murió, y viene del futuro o no sé. Pero están y eso me da mucho miedo. Yo los reconozco al toque.
Entre nosotros, hay gente en la tele que ya murió y sigue como viva, y sigue saliendo en los canales, no me creerías eso, es muy bizarro, y mirá que yo soy rara, no? Pero es como muy loco este tiempo que vivimos. Es eso que dicen, el apocalipsis mismo.
Te dejo seguir en paz, gracias por dejarme hablar, ¿esto va a salir en el diario? -se ríe de nuevo-.
Me voy a trabajar entro tarde sino.>>

Se despide con algo a actríz de novela, se arregla un poco y parte. Ella o él, promete que al renovar su documento se pondrá nombre de mujer y se toma un taxi. Trabaja en un local de comidas rápidas, donde lo aceptaron sin más. De su sueldito vive en ese lugar que dijera antes, y promete volver a hablar "cuando llegue el tiempo" de cosas que van a pasar.
Es de tez blanca y pelo castaño natural, largo, parece una chica, lo ayudan las facciones y más de uno se ha dado vuelta a mirarla en la calle, es flaquita, sé que es un tipo pero es muy interesante lo que cuenta. Ya sabremos de él.

La casa de la San Lorenzo


En pleno centro de la ciudad, a pocos metros de la esquina con calle Jujuy, y en la misma vereda del colegio, todavía está la vieja casa chorizo que ocupa parte de la vereda y cuya numeración de tres cifras es descendente en escalera, algo así como decir: "once; diez; nueve..." bueno. Mejor pista imposible.
Allí pasó su infancia un poco conocido escritor tucumano muy premiado en el exterior, y el caso es que allí luego de que viviera esta familia de origen ucraniano, -eran judíos- le siguió para habitar la familia de la que voy a contar en testimonio de Enrique, que hoy es un hombre mayor y hasta hace no mucho vivió allí con su familia la pesadilla que sigue.
Cuenta Enrique que de chico, ni bien se desocupara una parte de la casa de la familia judía, empezó a llegar de a poco la suya, y una señora viejita les anticipaba que lo único bueno allí era la proximidad al centro, pero que por lo demás, "dejaran pasar un tiempito" y verían qué hay de malo. Y mucho.
Del testimonio, el hombre trae el primer recuerdo de estar en el patio de la casa, al fondo, y ver por las tardes una silla mecedora moviéndose sola, no siempre pero sí lo suficiente como para que su madre lo viera también y corriera a traer un curita para la bendición.
Hecho eso, Enrique entonces chico, y sin ser miedoso, comenzó a notar ya no la silla, sino las puertas interiores, sobre todo adelante, que se reventaban de los golpes, violentísimos, que se daban sin razón, sin siquiera correr una gota de aire. Cambiaron varios vidrios por eso, y pasaba a cualquier hora esté quien esté. De nuevo un cura para la casa.
Después fueron las ratas. Parece natural hasta cierto punto, en todos lados las hay, pero lo notable en esa casa era la cantidad. Brotaban de los resumideros, parvas, cientos a veces, con tanta vehemencia que Enrique grafica ver todavía las manchas grisáceas que formaban los bichos en su huída trepando las tapias hacia casas vecinas. Era descomunal a veces, y pasaba de repente dice. Se empezaba a escuchar un ruido como de temblor, despues los chillidos, y de pronto, por los inodoros, resumideros, incluso algunos con rejillas se tapaban, por la cantidad de ratas que parecían brotar por arte de magia de algún sitio subterráneo al lugar...
Con los antecedentes, un tío recién llegado de Buenos Aires llevó a la casa una vidente, una supuesta profesora de parapsicología que conocía de casos peores, y que creyendo algo así nomás, a las primeras lauchitas que vio salir, se desmayó y no pisó más la casa, no sin antes recomendar a distancia, marcar una cruz en el patio junto a una mesada de cemento, y cavar allí, porque ella percibió algo muy malo bajo la losa...
Se hizo la tarea, participó Enrique y otros hombres, y dijeron haber hallado huesos humanos, como de criatura, por lo que en parte supersticiosos decidieron dejar allí y no avisar nada a nadie por las dudas. De los cinco hombres que ayudaron en la excavación hoy sólo vive enrique. Los otros, algunos jóvenes como él entonces, se fueron muriendo prematuramente posterior a la zanja aquella. Incluso el escritor, que participó esa vez.
A Enrique eso le llamó la atención, las ratas dejaron de aparecer de esa forma, pero pareció librarse una especie de maldición, que como cuenta, empezó a cobrarse vidas incluso. Primero fueron dos de los que cavaron esa vez. Los agarró un colectivo cruzando una avenida mientras volvían de la cancha de San Martín. Eso pasó unos meses después. Nada. Luego fue un tal "Don espósito" vecino de Enrique de la calle Jujuy, que tenía una despensita a la que no le iba nada mal, un hijo que estudiaba medicina, y una mujer hermosa y más jóven que lo hacían aparecer dichoso. Al hijo estudiante lo secuestraron ni bien empezó el Operativo Independencia, y él sin quererlo un día manipulando una garrafita de cocina se mató al estallarle ésta sin motivo alguno. Enrique enterado, cuenta que ya era mucho, demasiada imaginación y cosas que no cerraban desde esa vez y antes inclusive... En la casa seguían pasando cosas, como una noche en la que ya planeando mudarse, se les hundió una parte del piso en una pieza y de una de las grietas en un rincón brotó algo muy parecido, -sino era- a la sangre. Su madre, una cuñada y después la empleada fueron testigos de esa grieta que se teñía de colorado y parecía sangrar, la mudanza se hizo el viernes de esa misma semana.
Quedó el protagonista nomás viviendo allí, y una familia en la parte de adelante, de donde salían las ratas generalmente; Enrique entonces estudiaba abogacía, era en plena época del proceso militar y tenía más miedo de estar fuera que dentro de la siniestra casa, él le buscaba la vuelta hasta que le pasó lo que cuenta como el hecho decisivo de rajar de ahí...
Había empezado a salir con una de las chicas de la familia de adelante, que estudiaba en la quinta, Nora se llamaba, y una noche en invierno, antes del mundial '78 recuerda, la lleva para su departamentito en el fondo, para mayor privacidad. En medio del romance, en la oscuridad, Norita le pega una cachetada fuerte y Enrique en el acto reacciona para saber qué le pasó; La chica lo reta que no se haga el bobina, que nunca más vuelva a hacer le que le acababa de hacer supuestamente...
Grafica Enrique que según ella, sintió clarito como una mano fría le intentó introducir un dedo en... Por detrás; a lo que éste tipo extrañado le negara inmediatamente, jurando que él no fue, que no era, que se confundió tal vez ella que sin creerle lo dejó pasar.
Dice que a eso de las cuatro, y luego de haber tenido relaciones ya, durmiendo ambos en la camita, despiertan horrorizados, Nora dando alaridos, porque "algo" la tomó por las piernas violentamente y la intentó tirar al piso desde abajo de la cama, algo con manos humanas, de un hombre aparentemente, con fuerza decía ella a los gritos.
La situación, es que inmediatamente aparece un hermano de la chica y otras personas de la parte delantera de la casa para ver qué sucedía en semejante escándalo, querían golpear a Enrique, cuenta, y ella no podía hablar todavía del pánico, se ahogaba en llanto.
Enrique les logra contar a todos y ella lo salva de una paliza segura, cuando de golpe, en la parte delantera de la casa se escucha un alboroto grande, de platos que caían y muebles golpeados. ¡LOS MILICOS! se acuerda que gritaron todos, -era frecuente que se hicieran esos procedimientos nocturnos por sorpresa- pero ante la falta de voces humanas, de gritos o presencia de alguien se dirigen todos alborotados para comprobar que "algo" nuevamente había hecho un caos en la cocina arrojando ollas, platos, cubiertos, sillas y hasta rompiendo una llave de agua en el momento en que todos se fueron a lo de Enrique...
Él fue el primero en irse de allí después de eso, se tomó un tren a Rosario de la Frontera donde vivió hasta hace un par de años, y no sabría decir qué le pasó a la familia de Norita que quedó viviendo un tiempo más seguramente.
Se vino de Salta cuando se enteró de la muerte del cuarto de los presentes esa tarde de la excavada en el patio, del doctor éste escritor que murió de un cáncer hace poco. En la despedida y hablando con familiares acerca de la vida de aquel y de la casa en cuestión, le contaron que vendieron finalmente, espantados las familias que estuvieron allí; que después fue pensión, y por otros medios Enrique alarga queriendo no creer que le contaron que siendo pensión de otros estudiantes, dos chicas en distintas épocas se suicidaron, no allí exactamente, pero vivían en las piecitas del fondo.
Supo que una era jujeña, de la otra poco y nada; A la casa aparentemente la revendieron o algo y ahí sigue intacta como siempre.
Algo que cuenta una egresada del Santo Domingo es que sí, efectivamente en ese colegio aparecían ratas a veces, y otras ella jura, que al pasar con los compañeros por esa vereda, sentir algo como malo provenir de allí. Como un escalofrío.
No lo sé.
A mi personalmente la cuadra me provoca algo de desolación, es fea, tiene algo. La historia que luego me contara Enrique me lo ha confirmado entonces.

De un loco que también hace graffitis.


Esto pasó allá por el año 1993; De la zona de villa Além es este relato.
Ariel ahora es algo así como preventista de insumos de computación; entonces era un técnico y entendía de esas cosas. Se dedicaba sobre todo a los videojuegos, era de los que arreglaban, instalaban, las placas de las máquinas a fichas que eran furor. O sea, andaba por toda la ciudad lleno de trabajo porque siempre había algo por ahí.
De recorrer calles, una siesta, comenta, a pesar de ser invierno hacía mucho calor y andaba muerto de sed. Dice que iba por calle Ayacucho, pasando la independencia buscando una dirección, y al llegar a la esquina de Larrea, se topa con una chica, que sería de unos veinte años, -él tenía dieciocho entonces- y le da charla. No recuerda ya qué se dirían exactamente, pero ella se mostraba amigable. Lo que sí recuerda es que lo invita a su casa a tomar algo fresco, pero Ariel, medio por quedado dice, prefiere esa vez esquivar la invitación argumentado algún apuro. La onda es que la chica lo sigue conversando un par de cuadras y después se despide...
Sin darle mayor vuelta al asunto a Ariel le queda una sensación rara, la chica iba muy bien vestida, era linda, y hasta lo había tratado bien. Decide por curiosidad según él, volver al otro día y ver qué pasaba.
Dicho y hecho, cuenta que no sabe si al otro día o un par de días luego, vuelve por esa esquina y de nuevo la chica, -dice Ariel que ella siempre llevaba un saquito marrón como a cuadros- lo chista desde una vereda al frente. Se inicia de nuevo la charla, no sería muy trascendente, pero la invitación se repite. Esa vez dice el flaco, -su apodo- él accede. Recuerda que fueron a una placita por la calle Larrea, y conversaron bastante, ella le dijo llamarse Leila y no pasaron de un beso.
A partir de eso, y sin ponerse de acuerdo, Ariel comienza a encontrarse a la chica en cada sitio donde fuera; no existían los celulares por estos lados en esa época, era cosa de señales de humo, pero de algún modo Leila se cruzaba con Ariel, aún cuando los destinos de éste eran erráticos.
Llamada de atención.
Cuenta Ariel que un día una tía de él, de visita en su casa, le pregunta con quién estaba una tarde que ella pasó por un bar en el centro y lo vio hablando muy animadamente con una chica. Se llama Leila contó él. La tía le dijo que le causó una impresión extraña esa mujer, sin decir mucho más. Eso le quedó grabado.
Luego, el recuerdo del salón de Wico -uno que estaba por la Laprida al 200- y que de ahí sí, se fueron efectivamente a la casa de Leila aprovechando que sus padres no estaban.
Según Ariel ella vivía por la Matheu en una casa que quedaba al fondo de un pasillo largo, y que al frente había un taller. La cosa es que pasan, y sacando ventaja de estar solos, dan lugar al contacto. Ariel se llega a la chica y se confiesan ambos haber sido vírgenes. Recuerda el tipo que ella lo contó llorando luego de.
Pasó un tiempo y él ya no encontraba por ahí a Leila, acostumbrado como estaba ya a eso cada vez que salía. Decide obviamente volver a casa de la chica y encarar a los viejos directamente, estaba metido el flaco, no le importaba nada. Ese día dice, le compró flores y todo a la noviecita.
Después de un trabajito, se manda a la casa y lo sale a atender por el pasillito una señora, la madre, que ante la pregunta de Ariel lo queda mirando largo, con cara sorprendida... "¿Vos eras compañero de ella en la escuela?" Recuerda la voz de la madre. "No señora, yo la busco a su hija" o algo parecido, dice.
Dice que la señora se apoyó contra la pared contestando no, hijito, no sé a quién buscás vos, pero no es acá... Ariel responde que a su hija, a Leila, mire yo soy el novio señora, palabras más o menos.
Dice que el tono de la señora cambió de golpe. Corrió al portoncito y salió a recibirlo en la vereda, sollozaba la mujer, ¡Pero si mi hija ha fallecido hace dos años ya, deje de molestarme jovencito, sepa eso! ¡Mi hija no llegó a tener noviecito, vayasé! La onda es que Ariel pálido al parecer no podía explicarle a esa mujer que ¡él unas semanas antes había estado con esa hija en esa casa aprovechando que no había nadie..!
No recuerda cómo terminó esa charla horrible con la madre que no sabía si correr a patadas al pobre chango o preguntarle de su hija, que cómo era posible, que basta ya, etcétera.
Lo más perturbador es el recuerdo, Ariel terminó yendo a un psicólogo, que le insistía en volver por esa casa y encarar a esa mujer, y que Leila iba a ser real hasta que comprobara que la señora aquella no era una delirante y cosas así. Ariel no quería saber más nada con esa gente, ¡Pero extrañaba a la chica! Era hermosa según él, era especial y no le importaban lo que dijeran, pero no quería pasar por lo mismo.
Dice Ariel que en vano andaba por ahí buscándola, que siempre miraba a todo el mundo tratando de dar con ella, y que jura un día haberla visto dando vuelta una esquina en el centro, y que el no se perdona no haber corrido a ver si era cierto, no entendía nada.
En esos recuerdos, Ariel se vuelve loco cuando una noche soñando con ella, se despierta horrorizado cuando siente que algo se movía a su lado y al prender la lamparita se encuentra a su lado un enorme bulto de gusanos, miles de bichos en su cama, y enloquecido del asco y el miedo corre al baño, pero al volver se da con que no había nada ya sobre su cama. Dice que con el mayor cuidado con la punta de un palo dio vuelta las colchas y nada. Era como si se hubiesen esfumado los bichos.
Volvió al psicólogo y éste dice que lo quería derivar a un médico psiquiatra, porque estaba peor que antes.
Según Ariel su obsesión se había vuelto rechazo ya, quería olvidarse de todo eso, pero recordar a Leila le gustaba, no sabía qué creer.
Se puso de novio con otra mujer, ya habían pasado un par de años de eso, y la tipa lo dejó porque según ella al llegar un día por su casa la recibió una chica y le dijo que ella era la novia de Ariel, que no los moleste mejor.
¡Para qué! El pobre chabón estaba como loco, veía iniciales que le recordaran su nombre y el de ella y ya pensaba en que era ella, o su fantasma, o lo que sea.
Así llegó por un pequeño templo evangelista, le dijeron que probablemente estaba perseguido por ese espíritu, él juraba que ella fue real, que pasó de todo, que esto y lo otro, lo mantuvieron tranquilo un buen tiempo, después perdió la fé; La Leila seguía apareciendo en sueños o dibujándole corazones en algún espejo, mirándolo mientras comía a solas, viajando con él incluso.
Una noche decidió ponerle fin a la cosa. Tomó una hoja y escribió un cartelito "Yo te quiero mucho, pero te dejo ir en paz, andá tranquila, no sigas sufriendo" dice que le puso una noche y lo dejó sobre su mesita de luz.
Nunca más supo de la aparición y no volvió a tener esas visiones. Hoy "Ariel" además de lo de la computación anda por ahí pintando paredes con otro loco, con poemas. Según él son para ella, y hasta le pintó uno al frente de su casa. Dice que a pesar de todo lo que le pasó le agradece haberla cruzado, que lo suyo fue de verdad.

Entrevista a un travesti (O la "Queen Bitch")


Espero a Priscila (Julio) y a Queen bitch en el bar de la estación de servicio que está frente a la antigua terminal de ómnibus, en El Bajo. Son las 16.30 de un miércoles y el horario no es arbitrario, en un rato comienza el amistoso entre la selección argentina de fútbol y la de Brasil. "Ellas" prefieren ese momento de la tarde porque dicen que la transmisión del partido por televisión las va a dejar hablar mejor. Ellas son uno solo. Pero verán por qué me refiero a ellas en plural...
Priscila es una morocha monumental de 27 años y un metro setenta de alto. Espalda fina. Brazos fuertes con los músculos marcados. El pantalón ajustado le marca la cola grande y firme. Tiene puesto un uniforme de jean del -nombre de famoso local de comidas rápidas donde ella trabaja- y una remera blanca corta que le deja al descubierto el piercing del ombligo. De la remera desbordan generosos pechos. En el izquierdo, llama la atención un tatuaje en tinta china. Hay que verlo de cerca para distinguir la imagen: es un Cristo que parece levantarse con esfuerzo de su cruz. Riendo a carcajadas, me dice que es Jesús saltando la tapia. Cuando Priscila se tatuó al Cristo resucitando o saltando la tapia tenía doce años y el pecho llano como una tabla. Todavía no era ella, en el barrio lo apodaban Peca y, a pesar de que lo tildaban de mariquita, era, como ella dice, uno más de los changos. El tatuaje fue obra de Juan Almonte, un joven que por entonces estampaba gratis su arte en la piel de los adolescentes de San Cayetano. Juan murió hace unos años apuñalado – las chicas no se ponen de acuerdo si de siete o veinte puñaladas – en una pelea barrial. Su hijo de 17 años ahora también es travesti.
Y sí, querido, muchos me dijeron que yo estoy poseída por la "queen", que ella me quitó el cuerpo y
todo eso, pero yo siempre les digo ¡No, ella
COMPARTE conmigo y yo con ella..! Yo pongo las
cachas -risas- o sea, pongo mi cuerpito, y ella pone la
genialidad... Ah, vos querés que te cuente las cosas que
yo sé; ¡Pagame primero! -se ríe fuerte, después con
lágrimas en los ojos, dejando de bromear- No, mentira,
yo no cobro por ésto. Tampoco me prostituyo. Lo mío
es un don natural, yo tengo a esta "princesa" aquí dentro
que me re banca, somos íntimas amigas, a veces nos
peleamos, ¿no? pero somos hasta compatibles en el
zodíaco mirá que te digo..! Yo soy de cáncer y ella es
piscis, qué dupla.
Bueno, oki doki, ¡no te vas a imaginar quién es puto!
-nombra a un conocido político del medio, que de
verdad nadie sospecharía- la cuin me lo dijo en cuanto
lo sentí nombrar, ay, un día me llegó un mono enorme
de traje a mi laburo, -menciona un hipermercado- yo
estaba en el último turno, encima me había quemado
con las papas hacía un rato, media mano quemada
porque salpicó la freidora y aparece ese armatoste a "pedirme" si le hacía el favor de acompañarlo a la salida porque me mandaban una invitación de alguien especial... El coso iba con dos más que se quedaron lejos, cerca de los juegos, pero yo los veía. La cuin de adentro me dice ¡ni loca vamos con ese tipo! y los otros dos que están ahí esperando no son humanos. ¡Te juro estaba pálida, se me pasó el dolor del miedo! los otros dos de traje que esperaban me dice la cuin no hablan en castellano mamita; y yo que ya estaba por llamar al de seguridad, y me planto y le digo al grandote "mirá papi decile a ése -nombra al político- que yo no me prendo en sus fiestitas que sory-mi pero ni sueñe.
El infelíz me amenazó me hizo acordar a mi hermano, me dijo algo como que "nos vamos a ver" pero mal. Así es mi vida -se ríe de nuevo- Yo al toque me entero cuando iba a morir el papa Juan Pablo, antes que nadie, él se murió tres días antes de cuando dijeron por la tele, a mi me agarró una angustia. La cuin me dijo que a partir de ese tiempo quedaban diez años nomás.
Loqui, yo veo esa alma que se despega (...) del cuerpo y lo sé, ha muerto. Lo más feo fue una vez que vi a cinco chicos que se iban a morir, estaba escrito ya, ¡Sabés qué impotencia! ¡de terror! Esa noche había ido a bailar a -nombra un boliche que quedaba por la Alsina, de música electrónica- y a la salida veo un grupito de tres chicos y dos chicas, ellas eran parejita según la cuincita, y me sopla que iban a tener un accidente re feo que no se iba a salvar ninguno. Sentí como plomo en los pies, yo quería avisarles, les gritaba y todo pero era mucho ruido, mucha bulla y no pude. Volví llorando y mi ex me decía calmate, vos no podés evitarlo...
En la tele, en el diario, todo el mundo contaba al otro día que esos chicos se mataron en el auto, parece que manejaba uno machado y se dieron vuelta pobrecitos...
Mirá, te puedo demorar la vida en contarte todo lo que veo, es feo y a veces nadie me cree, mejor.
¿te conté que veo como muertos por ahí?
-Se arregla el pelo largo- Han empezado a aparecer por acá también, yo primera vez los vi en Buenos Aires una vez hace años, es como gente, pero rara, no son de este tiempo, es complicado explicarte. Vienen de otro lado, como del mañana, o no sé, las chicas son re lindas, los papis ni te cuento, pero me dan pánico. La vez pasada atendí a uno en el trabajo, te miran pero como vacíos, hablan sin ganas, ¡No sé cómo explicar me cago! No tienen un alma.
Cambiemos de tema, a mi amiga de adentro le digo la cuin-bich que es la reina de las perras en inglés, ¿no? -ríe mucho- ella me acompaña me aconseja, me ayuda a superar el amor perdido, ja. Cuando salimos le digo "hoy vamos a salir a perrear" pero todo tranqui, yo no puedo enfiestarme como otras travestis, yo soy especial y a donde voy empiezo a ver cosas y se me pasa el pedo a veces del susto. ¿ir a boliches? Siempre uso anteojos negros, para no distinguir el aura, ni las caras siquiera, porque tengo imán para ilusionarme con chicos que después le pasan cosas...>>
La charla sigue, y retomando la primera parte, que no es necesariamente encadenada a esta, sino que se mezcla todo un poco, luego él, termina yéndose a trabajar. Usa el uniforme azul de la compañía y cualquiera que me haya visto esa tarde pensaría que era una mujer la que charlaba conmigo. Tengo todavía ese mp3 con la voz del chabón, es un tío, ¡Pero qué bien caracteriza ese rol! Tal vez es verdad y dentro de él habita una mujer que le habla, que le predice, quién sabe...

El gato.


Esto le pasó a mi viejo, que es un tipo muy poco dado a creer en cosas raras y lo considero muy andado, como para que se ande sugestionando facilmente. Pero ahí va.
Él es oriundo del norte de Santiago del Estero, allí nació y si bien se crió en la ciudad de Tucumán, volvía cada vez que podía a visitar su casa en el campo. Pues bien, cerca de allí, a poco más de un kilómetro está el río Horcones, y para llegar hay que cruzar un monte bastante denso. Allí una de las veces que de joven salía en grupo con otros muchachos a pasear por el campo, y muy de tarde ya, equivocan el camino de vuelta, y sin perderse hacen un rodeo por otra senda, lo que les quita más tiempo en el regreso.
Andando aparentemente en círculos y ya oscuro, de pronto y encaramado en un árbol se topan con un gato bastante singular. Sería un gato del monte, de esos rayaditos pardos, solo que más grande que los comunes y de orejas más pequeñas. La cuestión es que el mishy estaba sobre una rama algo baja y al advertir la presencia humana, lejos de retirarse, como lo suelen hacer los animales salvajes, el gato permanece quieto, duro y mirándoles con atención. A esto, los changos, acostumbrados en el monte a toparse con toda suerte de bichos, decide espantarlo, por esas cosas que tienen las personas de molestar a veces, y le arrojan un cascote.
El gato, sin moverse se queda viéndoles, lo que anima a los demás a hacer lo mismo, y comienzan a arrojarle cosas al bicho esperando su huida. Cuento aquí que uno de los tíos andaba armado pero no hizo falta que usara su escopeta... El animal sin inquietarse seguía prendido a la rama, tranquilito viendo como le tiraban cosas, y algunos hasta acertaban, asombrados porque al darle al bicho, se notaba el ruido y se percibía como sonaba su cuero. Con la poca luz que quedaba veían como el animal sólo les miraba hasta que de pronto, y esto es palabra de mi viejo al mishy se le encendieron los ojos. Según él, se le pusieron rojos sin ninguna luz que le ilumine, eran como dos resplandores en esa oscuridad y justamente el de la escopeta y luego de unos minutos de haber tratado de asustar al animal seriamente dijo a todos: "Vámonos de acá mejor, eso no es un gato".
Lo demás supongo, serían todos los changos corriendo como podían por medio de las espinas, pero bue. Ni el más duro se queda en eso.

La sombra.


Hace unos diez años hice un retiro espiritual, del que aprendí bastantes cosas, me sirvió para ensanchar de alguna manera mi horizonte y modo de ver las cosas. No contaba sin embargo con que tiempo después, habrá sido un mes luego, una noche sólo en mi habitación, -acostumbro a dormir con todas las luces apagadas- en medio del sueño en la noche, despierto con la sensación de cuando alguien entra en la habitación, a muchos seguro les pasa eso, que cuando se percibe la presencia, tendemos a reaccionar. 
Pues bien, despierto ya y completamente consciente en medio de la oscuridad noto, que a través del único resplandor que ingresaba en la pieza por entre las celosías de la ventana, no había nadie por allí. Estaba todo en orden, sin embargo estuve seguro de despertar porque "alguien" entró y no sabía cómo porque la puerta seguía cerrada, en fin. Tranquilo miraba todo hasta que por esa luz que entraba, que no era mucho, empiezo a ver como una especie de "humo" o sombra, sin forma, que habrá tenido el tamaño de una almohada más o menos, pero que se movía, como que iba cambiando de forma y tamaño, alargándose ya, y teniéndola encima mío, de la cama como a un metro aproximadamente por arriba. He ahí, que sí, lógicamente sorprendido primero y con miedo después, veo que la cosa empezó a evolucionar, a venirse encima mío, en dirección a mí, directamente. Todo ésto transcurría en segundos. Cuando quise moverme, adivinarán que no podía mover un dedo siquiera. Estaba petrificado, aunque intentaba ya con desesperación poder moverme como sea, pero no lo lograba. Lo único que podía mover eran los ojos, para ver que junto a mi cama, siempre tuve un pequeño reloj despertador que eran las 4:15 de la madrugada y volverme y ver que la sombra ya venía bajando lentamente hacia mi pecho, y yo sin poder moverme, intentando decir algo, pero creo que sólo salía aire de mi boca, ni un sonido tampoco, no sé cómo haría, pero estaba duro viendo que cada vez más la sombra en cuestión empezaba a presionarme en la zona del pecho ahora tratando ya como de meterse en mí, ERA REAL la sensación de mierda. Bien jodida. Al darme cuenta que todo era en vano y la cosa se ponía cada vez más amenazante, no era nada amigable, empecé a rezar. Sí. Recuerdo eso y como en las historias anteriores, yo también recé como podía, porque no emitía sonido, pero con la mente, con todo le metía. 
Esto de algún modo irritó muchísimo a la cosa ésta que al parecer se puso violenta, dándose cuenta de cómo le luchaba mentalmente, y todo perfectamente despierto, nada de sueños. La onda es que la cosa después de instantes de luchar en vano se enojó y de golpe sentí una sacudida fuerte y vi que la cosa me sacó toda la ropa de cama, las colchas, sábanas, todo y ahí pude recuperar todos los sentidos. Lo primero que hice fue prender la luz de la lamparita y notar con mucho asombro -y cagazo- que toda mi cama estaba nuevamente PERFECTAMENTE tendida conmigo dentro, y lo raro es que jamás fui tan prolijo para eso, y que además soy de moverme mientras duermo; ¿La hora? En cuanto prendí la luz volví a ver el reloj, ERAN MAS DE LAS SEIS YA... Era invierno, en el 2004, y estoy absolutamente seguro y lo comprobé después cuando conté eso a muchas personas que es 100% real y más común de lo que parece. ¿qué opinan che?

El Manzano.


Un viejo conocido, que fue un gran pastor protestante, y tuvo una vida repleta de curiosas anécdotas contó una vez una de las historias más raras que escuché, sucedió aquí en Tucumán.
Cierta tarde este hombre, siendo ya Pastor, caminaba por el patio de una casa donde le habían comentado que sucedían "cosas"... Tranquilamente él recorría por una galería hecha en ese gran fondo que tenía la casa, todo lleno de árboles variados, a poco de andar, y entre medio del verde, escucha una voz, que sin parecer humana era perfectamente entendible, hablando claro, el sonido era muy extraño y parecía venir desde la copa de esos árboles que estaban todos cerca uno del otro.
Confundido este hombre mira hacia arriba y logra distinguir que "la voz" provenía en particular de uno de los árboles, que no era muy alto, era un manzano algo viejo al parecer de ramas caídas y con alguna que otra fruta el que emitía voces.
¿Qué decía? Maldecía. Según este hombre, el árbol se manifestaba insultándolo, hablando blasfemias, intentando atemorizarle, o incluso tratando de confundirlo. Recitaba a tiempo incoherencias o simplemente en un momento reía. El espectáculo duró varios minutos en los que esta persona comenzó a reprender, a pedir a esa presencia que al parecer había tomado el árbol, hasta que la cosa se calló. Sin rendirse este hombre bendijo la casa, el lugar y el árbol mismo, que pareció volver a la normalidad, no sin antes notar, que toda una parte de la planta, sobre un costado, parecía haberse quemado, pero jamás se vio salir fuego o humo siquiera. Quedó la marca un tiempo, y ante la duda del dueño de casa de si arrancar o no el árbol, este hombre respondió que no, que en todo caso ya había cesado la posesión y era conveniente dejar que la naturaleza siguiese viva, que la planta no tuvo la culpa aparentemente.
Lo notable aquí es que en apariencia esas entidades pueden tomar sitio en cualquier cosa física, y más aún si está viva, ya sean también animales o plantas. Pero siempre el objetivo es con las personas y no sobre las cosas.

La noche del viaje al revés.


He contado un par de historias, reales para mí y sobre todo para quienes las vivieron. En este caso dos de ellas por mi viejo, y otras por personas muy cercanas de quienes nunca dudaría. Esta, sin embargo sí me sucedió personalmente y fue en el mismo lugar de donde ocurrieron gran parte de las otras. Tal vez sea algo raro, pero pasa.
A pocos días de iniciado el año 1990, tenía yo nueve años por entonces, y estando de vacaciones en Pellegrini, norte de Santiago, junto a mi familia en casa de mis abuelos paternos, cierta noche calurosa mi tío nos invita a dar un paseo desde El Mojón hasta Villa Nueva Esperanza, localidades situadas a unos doce kilómetros una de otra.
La onda es que el viaje era de ida desde la casa del mojón hacia la villa, por una ruta asfaltada, pero en medio de la nada, todo eso es monte aún hoy, monte bajo lleno de tunales y tuscas, de esos donde también hay algarrobos, quebrachos y otros del paisaje santiagueño, o sea, desolación. Y si bien la distancia no era larga el camino siempre fue duro, la ruta en mal estado y esquivar pozos demora cualquier urgencia.
Habiendo partido cerca de la medianoche, la cosa era llegar a nueva esperanza a cenar en unos amigos íbamos en un viejo ford falcon rojo junto a mi tío, mis dos primos, una prima y mi hermana, todos chicos salvo quien manejaba que por ese entonces tendría unos 39 años, único adulto y un tipo muy curtido, quien sirvió en tareas militares incluso, acostumbrado a vivir situaciones difíciles y parco de carácter, medido. Asi hasta esa mala noche en que quizás a mitad de camino, y viajando hacia el sur en busca del pueblo dicho y en medio de la oscuridad del campo, al falcon se le detiene la marcha... Repentinamente y con tanque cargado y sin haber recorrido gran distancia, comienza a bajar la velocidad y se detiene con sus luces prendidas. Pues bien, no era nada en apariencia, mi tío sin decir mucho baja, luego mira y sube para dar arranque nuevamente y seguir; Nosotros chicos lo tomamos como algo normal, y seguimos todos como veníamos, hablando y tonteando.
A poco de seguir la marcha, nuevamente, empiezan las fallas, y el vehículo vuelve a detenerse, esta vez con motor en marcha, pero "tosiendo" hasta que se apagó del todo, ya sin luces siquiera. Mi tío comenzó a ponerse nervioso, éramos todos chicos no podíamos empujar con suficiente fuerza, pero algo podíamos forzar, sin embargo él tomó una linterna y bajó decidido a revisar bajo el capó para ver la batería y otras partes y comprender de qué trataba la anomalía en un auto que nunca dio problemas.
Finalmente luego de un par de minutos logra darle arranque nuevamente y seguir viaje, siempre hacia la villa como inicialmente teníamos.
Sabrán adivinar que de nuevo, y en menos tiempo, el falcon vuelve a pararse, esta vez ya pareció definitiva, apagándose luces, motor, todo. El vehículo no respondía y nosotros alborotados comenzamos a reir, a molestar, tal vez emocionados de tener que vivir esa experiencia que nos parecía divertida en medio del monte, tirados todos ahí. Al que no le gustó nada la situación logicamente era a mi tío, que como nunca, le vimos tan nervioso que hasta llegó a enojarse y firmemente nos retó para nos quedásemos quietos, cosa rara en él, que solía tener un humor bueno a pesar de ser de pocas palabras. En ese momento no dijo mucho tampoco, pero estaba irritado imagínense la situación para él de tener el auto quieto y un grupo de mocosos jodiendo a los gritos encima...
Recuerdo esa noche que del lado de la villa hacia donde íbamos venía una tormenta de esas de verano, se veían relámpagos de ese lado, para poner más nervioso aún al tío que comenzaba a caminar de un lado a otro abajo del auto sin encontrar solución al asunto...
Lo siguiente que recuerdo y he ahí lo loco de la experiencia, es desde el momento del auto parado, no saber qué pasó y despertar luego ya, al otro día en casa de mi abuela, de mañana ya, aturdido sin saber porqué estaba ahí, y sin explicarme cómo de pronto yendo hacia un lugar opuesto aparecimos de donde salimos sin acordarme cuándo anduvo nuevamente el motor, -luego "me explicarían" (...) que nunca anduvo esa noche, y que fue un tractor el que nos remolcó de vuelta al sitio de partida... (!!!). Lo que sigue es alucinante, y es, recordar en sueños, como luego de parado el falcon, mi tío bajó del auto visiblemente alterado, nervioso, y divisar una luz blanca fuerte, tirando a lila, como la de los arcos eléctricos, en el cielo en la parte del costado al vehículo en dirección al Río Horcones, que se encuentra flanqueando el camino a unos dos kilómetros.
Siguiente a ello y siempre en pesadillas, todos, mi tío y nosotros los más chicos caminando en la ruta, pero sin perder de vista la luz de ese lado, que era lejana en el cielo, pero próxima sin embargo al monte, no muy alta.
...Mi tío nervioso yendo al encuentro de la luz POSADA YA sobre un costado de la ruta, a unos doscientos metros... Y oscuridad, vacíos.
Un tractor, efectivamente remolcándonos en la madrugada ya, varias horas luego de todo eso, en dirección A LA VILLA (!!!), y alguno de mis primos llorando mucho...
Y despertar finalmente en casa de mis abuelos con una sensación de confusión muy grande. Lógica.
En las pesadillas que se dieron, recuerdo el miedo, pero consciente, lúcido, he vuelto a pasar muchas veces por el lugar y nunca sentí temor. Me quedó sólo mucha curiosidad del momento aquel que recuerdo claro aun. ¿Qué sería? No lo sé, o tal vez no quiera saberlo mejor. Pero lo imagino...
En fin.

Los dos hombres que se "esfumaron" de la faz de la Tierra.


Eran dos agricultores de la zona de la Ramada de Abajo, vecinos de finca, humildes, uno estaba de novio hacia poco tiempo con una muchachita del lado del pueblo, el otro, menor, tenía unos veinte años, pero parecía mayor por la vida del campo y sus durezas.
Además de ser vecinos tenían un trato de conocidos, de iguales, se trataban con respeto, pero pocas veces les había tocado estar en los mismos lugares, tal vez por la diferencia de edad, pero en ese momento algo los venía uniendo. Sobre las fincas de ambos "pasaban cosas" que ellos interpretaban de mal signo, Pedro, el mayor, notó en esos últimos días como sus animales estaban raros, tenía unas cuantas vacas y de ellas ordeñaba diario a dos, que estaban dando de mamar terneros; De pronto la leche de ambas se volvió agria, les salía leche fuerte, cortada, entre otras cosas. El perro de Pedro, siempre fiel lo seguía a donde fuese, dejó de frecuentarlo y de noche, un buen vigilante, se había vuelto miedoso al punto de meterse bajo una chapa en el patio.
A Manuel, el más chico le pasaban cosas parecidas con los animales, por ejemplo con las gallinas, cuentan los familiares, que cantaban de noche, no dormían ya en los árboles de la casa y andaban "cachizas", irritables, armaban lío de la nada, como si viesen algo en pleno día incluso...
La onda es que los dos hombres se cruzan una tarde por el camino y como es habitual, se saludan y conversan un par de palabras, se supo luego que lo hablado fueron las cosas que pasaban en ambos lugares, y lo extraño de todo el asunto desde hacía unos días y sin explicaciones...
Llegado a oido de los familiares y otros paisanos, coinciden en que tanto Pedrito como Manolo (así los llamaban) creían haber estado bajo algún gualicho o maldición porque a los otros vecinos cercanos nada de eso les sucedía. Parecía que "algo" se había agarrado con ese sector solamente y los animales daban la alarma de eso.
Así, los dos reunidos ya para discutir y ver más a fondo los hechos ocurridos, coincidieron en que todo era obra de un "pai" oriundo de Bolivia que hacía poco había llegado por el pueblo, y que a todos les resultó poco dado, de mirada desconfiada, pero de costumbres muy discretas, por ejemplo pasear solo de noche por la zona, sin saber nadie para qué.
Resueltos los dos vecinos decidieron que lo más fácil era consultarlo para salir de la duda y saber por qué a ellos, qué fue lo malo que hicieron acaso para enojarle o cosa parecida, siempre con respeto.
Llegados a la casita donde paraba el pai, los hombres recibieron por respuesta de éste, contado luego por él mismo, que sobre ellos pesaba un "trabajo poderoso" y que él no podía manejar semejante desafío, que si no los hubiese ayudado.
En las familias de ambos se comentaba ya como si fuese un hecho lo de la maldición y es la novia de Pedrito la que escuchando la radio anota un anuncio de un conocido parapsicólogo de la ciudad, que ofrecía solución inmediata a todos los problemas, incluidos los de campo. Así, le comenta al novio la noticia del tipo aquél y se deciden ahora los tres, Pedro, novia y manolo tomarse el entonces "Benjamín Aráoz" (colectivo que pasaba cerca) y venirse al centro para dar con el milagrero de la radio.
Esto cuenta la novia años después, de la cita con el "brujo negro" (así se hacía llamar), el llegar al despacho, todo adornado de imágenes de toda clase, y pasar después a un saloncito donde el tipo, a cambio de bastante plata, para esa época y de futuras pagas en cosecha de los campos afectados, resolverles el mal con una serie de acciones en las que él no iba a necesitar estar presente.
Recuerda Vilma (novia entonces de Pedro) que el brujo les ordena a ambos hombres dormir en sábanas rojas en sus camas, o fabricarlas para eso, baldear la casa con una mezcla de agua, vinagre y medio kilo de sal y llevarse unas estampitas que ella ahora asocia con algo parecido a la imágen de Sai Baba (...)
Decididos a eso los dos agricultores arman todo lo pedido por el brujo, y Vilma colabora con un pedido especial, dicho a ella "aparte" por el brujo negro en voz baja: "No se lo cuenten a nadie, ojito".
Todo eso pasó un viernes, se acuerda ella.
Llegado el domingo, la luna creciente, y sin entender muy bien, porque el brujo nunca ordenó tal cosa, los dos vecinos salen solos esa tarde con rumbo al oeste, para el lado de los cerros cercanos, pasando por una finca de limones cuyo dueño testificaría luego haberles cruzado a eso de las cinco de la tarde "caminando como borrachos", porque iban riendo los dos cada uno en su bicicleta, y como mareados siempre según el testimonio.
Vilma sin cuestionar la partida de ambos va a la casa del novio y en la entrada nomás, al lado del portoncito de alambre dice haber hallado la estampita que le dio el brujo a Pedro, quemada en el medio, como si le hubiera puesto una vela abajo y le hubiera hecho un agujero en la parte de la cara...
Sin darle mucha importancia ella toma la imágen y la tira a una acequia creyendo que el brujo les habría "ordenado" quizás quemar todo después de hecho lo pedido.
Lo que sigue es muy raro aun hoy para la gente de la zona. Los vecinos no volvieron esa noche, el perro de Pedro que se venía comportando raro, aparece ahorcado en un poste bajito de la parte de atrás de la casa, con una correa que nadie había visto antes. La familia al hacerse tarde ya, muy de noche se dirige a un vecino policía, que trabajaba en Villa Benjamín Aráoz, para darle parte de la desaparición, y entre las familias, sobre todo los hombres y changos se juntan para salir a buscar nomás.
Se hace el otro día y nada, el grupo de gente era grande y las huellas de las bicicletas se hizo confuso después de un par de kilómetros del poblado, y la gente del camino que los conocía juraba no haberlos visto, era de tarde, pero nada.
Avisada la policía y varios a caballo de los familiares y vecinos, se arma la búsqueda de ambos, con gente preocupada porque era raro que se perdieran así los hombres, que conocían como la palma de sus manos la zona, y temiendo lo peor, se arman entonces búsqueda de vivo o muerto en toda la zona norte de la Provincia, incluso en Salta ya, no sea que se hubieran ido para el lado de la Laguna de Robles y cruzado al sur salteño, todo muy complejo.
Es el pai boliviano el que rompe un poco el misterio, (lo agrava más aún) declarando que el "sentía" como que los dos hombres buscados se hallaban muy lejos ya del país, como desde Africa, decía el tipo, pero sin dar pista muy clara de todo...
Sugestionados todos y tomando importancia el caso ya en toda la provincia, es un "changuito" el que a la semana más o menos de iniciado el rastrillaje y sin mucha pista de nada, halla una gorra verde que era la que llevaba Manolo el día de la desaparición, a unos cinco kilómetros nomás del último lugar donde los vieron, lo raro es que la gorra "le cae" al chico desde arriba como del viento.
Con todo eso sigue la cosa, en vano porque cada vez pasaba más el tiempo y no se sabía nada de nada.
Vilma lleva todo para el lado del brujo negro, que termina yéndose a San Juán sin declarar mucho más "llamado" por un trabajo tambien y aumentando las dudas.
De Pedro se halla tiempo despues la bicicleta "vendida" a un hombre en Rosario de la Frontera, que juró que dos hombres raros, como confundidos, aturdidos se la vendieron a cambio de unos pesos pero que hablaban con un acento "de afuera" como gringos, por lo que les aceptó y se marcharon con la otra bicicleta sentado uno en el caño, el más chico según el hombre con rumbo a una plaza...
Pasaron los años y todavía desconcierta lo siguiente: El día de la venta del rodado, FUE EXACTAMENTE EL MISMO DOMINGO de la desaparición, y el testigo a poco de haber declarado eso, amaneció muerto, quemado en su propia cama en Rosario de la Frontera con una extraña estampita que al parecer no se quemó a pesar de haber ardido todo.

La nena.


Sin intención de "inflar" mucho la historia, es más o menos como la escuché y conozco a sus integrantes personalmente. (...)
"Tina" una nenita de unos cuatro años, vivía en casa con sus padres, a quienes los voy a nombrar como Martin y Natalia, no gusto de quemar personas, pero la historia es rara.
La pequeña, hija única de un matrimonio joven, era de un carácter tranquilo, buenita, no demostraba incluso las rabietas de otros chicos en su edad, y era lógicamente la mimada en su casa y por toda la familia, allegados y demás. Inspiraba ternura con sus cosas de chiquita, nadie podía decir nada malo de ella, pobre...
La onda, es que en casa de Tina, eran frecuentes las visitas de tíos, abuelos, amigos, y cuanta persona conocía de ella, porque despertaba simpatía realmente, hasta el punto de que muchos la consentían cuando podían; La nena era felíz en ese mundo de adultos siempre atentos.
Natalia era quien más se encargaba de las visitas, pues Martin trabajaba en ese entonces todo el día y llegaba medio tarde a veces, para cenar, jugar un rato, y dormirse cansado; Por tanto, era común en esa casa la presencia de mujeres sobre todo, que son las que más demuestran el cariño con la llegada de los chicos; De ese grupo de amigas siempre presentes, se destacaba "Eva", quien a fuerza de estar prácticamente a diario en esa casa se había ganado la amistad incondicional de la madre y el cariño de la niñita asimismo que veía en Eva una especie de segunda "mami" como le empezaba a llamar...
Ciega en la confianza por la proximidad y el cariño de la hija, Natalia encuentra en esta amiga una persona a quien confesarle muchas cosas, como suelen hacer las buenas amigas, inclusive algunas que pasaban cierto límite en esa intimidad de mujeres.
A Eva parecía gustarle ese lugar dado en la relación con Natalia y también el ganado en la casa especialmente, porque hasta una habitación para huéspedes tenía para sí, cuando deseaba pasar la noche; Las visitas empezaban a prolongarse y quedarse ya era algo cada vez más común para esta mujer.
¿Qué cómo era Eva? (escucho las voces masculinas que preguntan eso, que no viene al caso, pero bue: De unos veinticuatro años, medio bajita, pero muy linda chica, y lo sabía, se cuidaba bastante y en ciertas ocasiones lucía más preparada que lo habitual para ser una visita) No viene muy al caso la descripción, pero sí contar y esto es cierto, que también Martin era un chango buen mozo según las mujeres, y entre ellos dos, entre Eva y el padre de Tina eran poco más que conocidos solamente. Había trato, de hecho, pero la falta de tiempo solo les daba un trato cordial, además así son los santiagueños, de amabilidad fácil, que a veces se puede malinterpretar. Pero sigo.
En ese convivir de confianza Tina se sentía protegida sino por todos, por esos tres padres, porque la familiaridad de Eva en casa era mucha ya, al punto que Natalia salía sin miedos dejando a la criatura al cuidado de la buena amiga, sabiendo que estaba bien así...
En ese ir y venir, y Eva durmiendo prácticamente noche de por medio en esa casa, que es de esas antiguas llenas de cuartos, Natalia parecía pasar por alto los cada vez más seguidos "tropiezos" de Eva con Martin; Siempre de noche, que es cuando él estaba, y con pretextos de todo tipo, desde ir al baño, hasta cruzarlo cuando el hombre se levantaba a buscar algo. (...)
Todo iba bien, era todo normal, nada fuera de perfecto que parecía a Natalia esta situación de tener una amiga cama adentro que se moría por mimar a la nena (Y sepan a quien más si hubiese podido...). Llega obviamente el momento se hacía esperar, y es cuando Natalia, una tarde al volver de unas compras y encontrar a Tina durmiendo en su piecita, se topa con Eva tendida en la cama matrimonial, "estimulándose" (con esas palabras) ante un retrato de Martín, y rápidamente al verse descubierta, entra en crisis de llanto, pidiendo perdon a Natalia, y argumentando avergonzada que no se trataba de lo que ella pensaba...
Por esas cosas que tal vez algunas mujeres tienen, Natalia prefiere evitar el asunto y hacerse la desentendida de lo que vio, calmando a la amiga que desde ese momento aumenta el juego peligroso, doblando las apuestas.
Así, Eva ya no sólo tropezaba con Martin "sin querer" por las noches, sino que incluso a días, esperaba con el desayuno en la mesa cuando éste se levantaba temprano para salir. Natalia sin embargo y con la sospecha, atenta a ciertas cosas, empezaba a querer disminuir los favores de la amiga, pero tarde. Había confiado cosas demasiado íntimas de su relación con el marido y Eva aprovechando la información hizo uso por lo bajo de todo recurso.
El escándalo se da una noche, para confirmación de Natalia cuando Eva y desde el cuarto donde dormía, paseándose casi sin ropa, con los pechos al aire, contaría Natalia después, pide de un grito ayuda a Martin al encontrarse un alacrán supuestamente en un mueble...
La madre de familia, harta, furiosa por semejante cosa, que no era más que un ardid de Eva, el más jugado, le ayuda a vestirse como puede y la despacha sin más de la casa, con la amenaza de que no volviese a pisar más ni por chiste, y menos arrimarse a Tinita ni al marido. Imaginen eso.
Lo absurdo, lo extraño, comienza a suceder días después del incidente, que por vergüenza en ese momento el matrimonio prefería guardar para sí, y sobre todo de Tina, que sentía mucho la partida repentina de esa nodriza tan buena con ella como una madre más...
Y es que Tina, comienza a preguntar a la madre, con una curiosidad al principio tomada como algo infantil y luego cada vez más inquietante, "costumbres" de su padre. Cosas de la intimidad del padre, perdiendo de a ratos la inocencia en sus preguntas y comenzando de a poco a utilizar un lenguaje de adulto, incluso en sus términos, de palabras que a más de una mujer le pondrían incómoda. No era normal eso, para nada.
Lejos de responder, porque le faltaba la capacidad de enfrentarse a semejantes planteos, la madre se horrorizaba porque Tina empeoraba y había empezado a manejar palabrotas y usos "como de prostituta" segun Natalia. Tina ya no sólo quería saber de cosas de adultos, parecía ahora saber más que la madre de hábitos impensables para la mente de una criatura tan pequeña, decía aberraciones que parecían sacadas de películas con orgías y manejando con su pequeño vocabulario imágenes que a la madre le provocaron terror.
No es necesario y tampoco conozco detalles gráficos de qué diría exactamente, pero la madre siempre recuerda la comparación con prostitutas, en cuanto a lo sórdido del comportamiento de la nena, que pasó de las palabras a las insinuaciones abiertas, a un padre que sorprendido y asqueado por esa perversión que parecía ya maldita, decide poner freno urgente al otro día de pasar una noche despiertos todos por un ataque de la nena, fuera de sí, comportándose como una mujer desquiciada ante el rechazo de su mejor amante.
Es entonces por fin, que luego de semejante crisis y al borde del llanto, en pánico los padres toman a Tina -que en ese minuto estaba calmada- y la llevan donde un curita sanador. Un sacerdote viejito en una Iglesia que en ese momento estaba vacía, una tarde de Agosto, y le confían parte de la historia de la nena, aterrados, atropellándose en las palabras para describir al cura lo que de la nena salía...
Éste por experiencia en casos similares, y tratando de mostrarse calmo, -temía lo peor- comienza a indagar a los padres acerca de personas cercanas y no tanto a la nena. Que la familia, que los amigos, que algun allegado, si la nena concurría a algún jardín, en fin. Queriendo darse una idea de dónde pudiese provenir semejante causa para una pobre víctima que aún no terminaba de hablar correctamente y ya pronunciaba tan firme cosas así de retorcidas.
Digo en parte, porque contaría "Natalia" luego que por vergüenza omitieron contar lo de Eva, pero no fue necesario llegar a eso, porque de pronto el mismo Sacerdote, y cortando el aire con un grito que pareció de miedo dijo "¡Es la Eva!" Asímismo, y les quedó grabado eso. El cura en el momento reconoció con nombre y todo a la causante. "Les ha metido un trabajo terrible a la nenita" les dijo, retomando la calma.
Queda contar el final, que es inmediato a esto y con el Sacerdote, un diácono jovencito y un cura que se encontraba de visitas y con los padres como testigos, que le practican un exorcismo, sin mediar autorizaciones largas, y apurando a la sanación de la criaturita, que luego de caer y llorar un poco, resulta liberada de lo que aparentemente aquella persona les conjuró en castigo, en especial a la madre.
Resta solo decir, que en la actualidad "tina" lleva una vida normal nuevamente, ha cumplido siete añitos y ha vuelto a ser desde entonces una niña como lo fue antes de todo, y no ha vuelto a recordar nada de todo ese episodio horrible. Los padres actualmente están tranquilos ya, pero no pierden ocasión de agradecer por haber superado semejante experiencia. Que nunca les suceda.

El perrazo.

Historia real, a la que le voy a cambiar los nombres, porque puede tratarse de gente a quien conozcan. (...) "Pilar" era madre por segunda vez de un bebé de unos dos meses, y estando juntos ella, el bebé y su otro nenito de unos tres años, una noche en su casa, en la cual "pasaban cosas", y ante la partida del esposo que trabajaba en ese turno, resuelve cerrar todo con llave, incluso ventanas y demás ya que a pesar de las rejas era invierno y se sentían más seguros así, como cualquiera lo haría. Aclaro que la señora hacía poco tiempo había comenzado a congregarse en una iglesia evangélica junto a su marido, más no tenían idea de lo que desde entonces iba a empezar a sucederles en esa casa. 
Retomando el episodio, Pilar ya habiendo cerrado todo se lleva a los niños al dormitorio matrimonial, y vencida por el sueño se duerme junto a los chicos, dando la espalda al mayor y abrigando al bebé. Aquí es confuso, pero serían las doce de la noche más o menos cuando escucha la madre un golpe fuerte en el comedor de la vivienda y se levanta a ver qué ocurría, sin sentir miedo alguno, cuando comprueba que una de las puertas que da hacia el jardín estaba mal cerrada. Extrañada Pilar decide ponerle llave y pasador, -cosa que juró haber hecho antes- cuando desde atrás sintió muy clara una voz que le dijo -"Para qué cerrás si yo ya estoy adentro". Presa de nervios, pensó ella en que sólo era una sugestión por estar sola con los niños una noche así, volvió a la habitación y después de un rato de confusión por eso, optó por encerrarse en la pieza, y con la puerta cerrada apagó las luces y se volvió a dormir. 
Lo más inquietante sucedió después, ya no sabría indicar qué hora fuera, pero era madrugada seguro, cuando despertó extrañada por un ruido muy cercano a los chicos, se oía como un jadeo y sin todavía preguntarse qué era inmediatamente prende la luz y se encuentra al lado del bebé y mirándola fijo un enorme perrazo negro, tan grande según ella que las patas casi le llegaban a los pies de la cama. El animal la miraba seriamente, y en cuanto ella tuvo el impulso de tomar a su bebé que aun dormía a su lado, el perrazo comenzó a gruñir mostrando sus dientes, de modo amenazador pero sin hacer mucho ruido, era como si la advertencia fuese sólo para la madre, sin intención de molestar a las criaturas...
Presa del pánico Pilar no tuvo mejor idea que volver a apagar la luz y ponerse a rezar en voz alta de todas las maneras conocidas, tratando de no perder la poca compostura que le quedaba, y a medida que iba avanzando la súplica el jadeo del animal se iba debilitando hasta que sintió ella que de pronto la sombra del animal se desvanecía y prendió la luz para comprobar efectivamente que sea lo que fuese, ya no estaba allí y de todos modos jamás pudo entrar en la casa esa noche, menos en la habitación. De más está decir que la casa, (ubicada en la calle Buenos Aires al 3000 y pico) fue inmediatamente vendida a otra familia y el matrimonio con sus hijos se fue a vivir a casa de los padres del marido, pero quedan todavía por lo menos dos historias más que sucedieron allí hasta que lograron mudarse, espero contarlas próximamente. Fueron reales.

La casa en calle Santiago.


He pensado mucho tiempo y aún hoy me viene ese impulso, de hacerme pasar por un potencial comprador -y de verdad quisiera serlo- y pedir permiso para conocer con detalle esa intrigante vivienda de la que tanto he oído en muchos años, y considerando el cariño que he tomado por esa zona, donde he trabajado muchísimos años y aun hoy sigo rondando por distintas ocupaciones; Quisiera estar en el sitio de tanta historia rara, y a juzgar desde afuera, la casa, rodeada de construcciones que la hacen ver cada vez más pequeña en el conjunto del barrio, lleno de edificios y casonas mucho más visibles, no deja entrever mucho misterio, a no ser por una serie de cuestiones que la inscriben quizás como un hito en medio de ese aglomerado del centro.
Inicialmente en el terreno había una construcción de principios del siglo pasado, donde habitaba una familia sirio libanesa, que por su actividad comercial progresaron dejando su vivienda para trasladarse a sitio más cercano al centro, quedando el lugar deshabitado y luego de unos años siendo demolida para dar lugar a la casa que todos conocemos actualmente, de estilo algo inglés, con sus rejas talladas, sus terminaciones finas en madera, el techo en marcada pendiente de tejuelas negras y los altillos y el modesto jardincito. Nada del otro mundo en apariencia...
Un matrimonio, primero, con un apellido ligado al azúcar, hace bastantes años es el primero en habitar la casa, que por entonces si se destacaba, pues no era tan poblado de departamentos y la vida más tranquila hacía del vecindario un lugar quieto a veces, sin demasiado para contar, a no ser por la proximidad con la Iglesia de San Roque, en esa misma esquina.
Su vida normal, al ser gente mayor y con hijos viviendo fuera, no presentaba motivos de sospecha para los vecinos que veían con simpatía a estas personas que tampoco eran muy dadas; A veces había reuniones en esa casa, para las fiestas, o algún cumpleaños en marzo al parecer, pero nada más que eso.
Luego, y de un día para el otro, la gente del barrio se da con la noticia de que la casa fue abandonada repentinamente, la mudanza del matrimonio fue hecha en una sola tarde y a prisa sin mayor explicación.
Dirá luego Don Otermín, el viejo propietario del almacén de la esquina que la empleada cierta vez refirió ver a un "monje" pasear por los pasillos, y que esos los señores le achacaban a la imaginación de la jovencita que por temor contó aquello, ante el descrédito de los dueños de casa.
A poco de aquello, es otra familia la que llega a la casa, sin sospechas de nada, y es a una hija adolescente a la que comienzan a aparecerle siluetas extrañas, sobre todo al pie de la escalera, -visible desde la calle- y en un pequeño patio interno que da al sur. Las apariciones constantes alarman a los padres de la muchacha que deciden tomar por confusión de su hija los relatos. La chica, que entonces iba al Colegio Guillermina, acabará sembrando la historia primero a sus compañeras y luego tomará fama en toda la ciudad, pero sin llegar a explicar bien con palabras lo que sucedía allí dentro.
Finalmente, y luego de que la joven y su madre son "encerradas" en uno de los cuartos con llave, "por algo" que parecía saber abrir y cerrar puertas a gusto, es cuando la familia pone en venta el inmueble.
Serán otros desgraciados propietarios un tiempo después los que acaban de poner la nota de terror al lugar.
Un ingeniero, militar retirado y su familia, con chicos y una tía aparentemente extranjera, se instalan en la casa sin conocer su fama, o tal vez no dando importancia a lo que oyeran. Aquí entonces ya no son sólo "siluetas" que aparecen, o un travieso algo que gusta de las bromas de las puertas que se abren y cierran. A esta familia, además de visitas de formas y sombras, les sucede a poco de llegar, una bienvenida de platos que caen de la decoración en paredes, muebles que se mueven de su sitio y lámparas que bailan solas sin motivo aparente, sobre todo a las mujeres de la casa en cualquier horario que las encontrara solas en alguna habitación o hasta en espacios como el baño o la cocina. Ya no eran solo visiones, eran verdaderas manifestaciones de lo paranormal; o luces que provenían "del piso", o un "hombrecillo" vestido de hábito negro que tarareaba sentado los sillones del living y cosas así, demasiado perturbadoras para seguir pensando sólo en imaginaciones o sugestión.
Lógico, esa gente se va de allí.
La casa pasa muchísimos años en inmobiliarias sin suerte de alquiler siquiera. Ni hablar de compradores, la fama estaba echada ya. Transeúntes y vecinos son los que entonces testifican ver luces que se prenden y apagan, ruidos como de gente reunida conversando animadamente adentro -no vivía nadie- y "extraños humos" por lo que más de una vez se llegó a llamar a los bomberos ante la alarma de los vecinos que creían un incendio y al rato desaparecía como llegó por los techos...
En esos períodos de soledad, por momentos muy breves, la casa tiene nuevos inquilinos, y aquí llega el testimonio de Marcos, un conocido al que le confío que visita en esa casa a sus tíos acabados de mudar a principios de los noventa al lugar. Y es que limpiando, su tía Susana, una tarde, sobre una mesa que quedó en la casa y estaba obviamente percudida por el tiempo sin uso, se lleva el susto de su vida, cuando al terminar de limpiarla y habiéndola dejado lustrada, en un descuido de darse vuelta solamente y voltear a ver nuevamente, se da con la mesa completamente sucia, con caca de pájaros seca, como de hace bastante; Sin asco por eso, pero espantada por un letrero hecho como con un dedo de la mano que escrito decía "Andate", esta mujer casi pierde el equilibrio y a los tropiezos corre fuera para luego cruzarse a la Iglesia y narrarle al sacerdote de turno lo ocurrido.
El Padre, sabiendo de oídos cosas acerca de la casa le recomienda bendecirla y no temer; Pero tarde, porque a la familia le toca experimentar con mayor violencia lo que a las anteriores, los vuelos de la vajilla, la rotura de ventanas, los muebles que se movían solos, cajones que caían de su estante, y demás, abandonando en poco tiempo el sitio que parecía definitivamente "tomado" por esa extraña fuerza.
La casa, en estado de dejadez, por mucho tiempo deshabitada, vuelve a los largos períodos de olvido y muchos comienzan a interesarse nuevamente, perdiendo el interés cuando les llegan las historias, y actualmente, -no se si será visión o no- es un matrimonio de dos ancianitos la que la habita, y se pueden ver todavía por ratos a una señora muy mayor sentada conversando en una mecedora con un viejecito de aspecto cansado adentro... Pero calculo que son gente viva y no espantos, gente que tal vez como yo, no teme a esas cosas y disfruta esa hermosa casita con o sin los inquilinos de siempre...

Del que mataba perros.


Gracias E.R. por traer este recuerdo borroso. A tu Memoria. Donde estés.
Del Barrio Independencia en Aguilares se sabe que, como en cualquier barrio, las familias tienen perros. Para Oreja ni los dueños ni sus canes son de raza. Carentes de pedigrí de cuidados, se enferman y el vecindario lo llama a él para poner fin a la vida de la mascota.
Según los vecinos, Oreja es un personaje de dudosa reputación; Pero él dice que cumple su trabajo. Tiene tres recursos para acabar con el animal, la horca, la asfixia, la golpiza, en ese orden según las circunstancias.
De unos 65 años, contextura mediana, piel oscura, delgado como un calendario , realiza cerca de sesenta ejecuciones anuales. Su tarea la llevó a cabo durante diecisiete años, exactamente 1.022 sacrificios.
Uno de los últimos, los presencié yo.
Llegado a la casa bajo un sol abrasador, Oreja recibió el dinero sonante, al terminar de contarlo tomó al animal por el cogote, le puso soga al cuello, llevó arrastrando hasta un árbol junto al río Medinas y el perro pequeño y nauseabundo que respondía al nombre de "Búfalo Bill" ni siquiera pudo defenderse.
Todos los perros conocen a Oreja, lo olfatearon en el barrio alguna vez. Lo enfrentan con el mismo atolondramiento con que se mira a una guadaña venirse encima: <>
El no es cariñoso con ellos por supuesto, pero tiene autoridad y los animales sienten eso de respetar un orden superior.
Según los chicos de la calle 9 de Julio es un tipo que odia a los perros; para los vecinos de la calle Catamarca en cambio no, que odia a otra cosa ignota y se desquita. El año pasado oreja dejó de "trabajar". La gente iba a buscarlo a la prefabricada y él se negaba, contestando no poder. Muchos de quienes lo odiaban estaban desesperados. Veían agonizar al animalito de tantos años al lado de los chicos llorando, pedían por favor señor Oreja... "No puedo". ¿está enfermo? "No". Era otra cosa inexplicada.
Incluso se preguntarán por qué no recurrir a las modernas clínicas veterinarias cada vez más recientes en la ciudad. Y la respuesta llegaba cada noche cuando los cuatro o cinco veterinarios eran los que recurrían al hombrecito para cumplir la dura tarea para la que ellos se prepararon, pero pudiendo por muy poco dinero delegarle al verdadero profesional.
Desde hace un año que se imaginan conjeturas a esta dramática decisión. Se aisló extremadamente y el ojo izquierdo le tomó la forma de una frontera. Plantó amapolas en la vereda que se secaron.
Oreja dejó de salir a la calle. Se pensó que estaba tomando, pero las vecinas no notaron nada raro. Tampoco se le vio traer cajas de vino desde el súper.
Un chico de la cuadra me relató algo que viera él con el último animal. Oreja fue a buscar un perrito en las condiciones comunes; Llevaba la soga. La casa a medio construir y el dueño que trabajaba en el turno noche del ingenio no lo podía criar y se enfermó. Era feo, feísimo el animal, flaco y sin una seña agradable, más bien chico. Deshabitado. Pero esto era lo ordinario; lo rarísimo es que se llamaba "oreja" también. Tenía una oreja caída.
El verdugo lo agarró del cogote, le pasó la soga y empezó a arrastrarlo. El animal se frenaba con las patas puestas hacia adelante como si supiera. Lloraba tanto, y tan lastimeramente que Oreja se detuvo en la esquina. Lo miró largo, llamándolo: "Che oreja, portate bien". El perro lo lamió. El le pasó la mano por el hocico, "vamos". El animal seguía resistiendo; los aullidos eran feroces y se ahogaba con la tensión. Oreja se detuvo en la mitad de la calle; no pasaba ni un vehículo a esa hora. El perro imploraba que por favor con los ojos, como si estuviera convencido de sus ganas de vivir, de que se curaría de la enfermedad lo prometía, que no haría escándalos cuando su patrón fuera al ingenio y sería otro.
Parados los dos en medio de la calle, el espectáculo parecía íntimo. Oreja acarició fuertemente al animal, lo levantó en brazos y siguió caminando. Nunca había hecho algo así. El animal refugió su cabeza bajo su brazo llorando despacio, como aquel que no comprende el mundo y por eso mismo le parece absurdo una condena. Oreja lo calmó con otras caricias, pero el animalito lloraba a lo niño que acaba de aprender el principio elemental de la injusticia. De ese que además se oye con tajante, sacrificador, brutal, no.
Oreja se detuvo junto al río. Trataba de calmarlo. Le hablaba, lo llamaba "querido". El perro cesó el llanto inaudible y lo miró a los ojos, hondo, desde otra dimensión filogenética. Desde otra costa, dulce, agradeciendo el indulto.
Oreja empezó a llorar. Se secó las lágrimas con las mangas del saco y besó al animal. Lo colocó suave, como a un algodón sobre un parquet, y pasando la cuerda alrededor de un tronco, tiró con fuerza hasta que el perro supiera que se encontrarían labio con labio bajo la tierra.