domingo, 23 de noviembre de 2014

De Santos y la aparición.


El hombre acostumbrado a la vida de campo, y conocedor de cada espacio por haberlos andado alguna vez siquiera, arreador de vacas, hachero, trabajador de la tierra, en fin; De todas las ciencias que el monte le pudo enseñar inclusive la de oscuridad sin miedos, este hombre Don Santos se sabía.
En el norte de Santiago, que ya de por sí es provincia grande, deshabitado y llano, vivía Santos en casa perdida en el monte, lo próximo a un par de leguas era La Fragua, y de ahí El Mojón y la Villa (Nueva Esperanza) yendo por una ruta mal asfaltada que le llevaba más tiempo que cortando, como él hacía, por la margen del río Horcones, salvo cuando se crecía.
Era parco, de pocas palabras y la mitad de las que hablaba eran en quichua, idioma con el que según él, su caballo y animales le entendían todo. Sin embargo, se desataba a hablar cuando se juntaba con otras personas del lugar para las fiestas o algun velorio. En esas raras veces que lo picaba el alcohol era de gusto sentarse a escucharlo en ese castellano casi puro mezclado con quichua bien entendible porque las historias que soltaba eran para mandarse un libro. Sabía, y mucho Santos.
Una vez, por eso de las juntadas a tomar, habitual cuando se hallaban motivos, a Santos le toca la vuelta al pago, a la casa, bien de noche, pasadas las doce, a caballo bajo luna enorme diría él. Habituado a esquivar la ruta y tomarse el atajo del río emprende al norte desde la villa por el sendero ancho de arena y ramas dispersas junto al río que es grande, y de paso el caballo ve bien por la luz y toma agua cuando quiere.
Andando bastante, y a la altura del Mojón, pero en medio del monte, en el claro del río, el animal que mil veces lo llevara y trajera se empaca. A lo chico con berrinche. Se empaca y pone fin al camino. Don Santos lo atreve en quichua al caballo, lo aprieta con las piernas animándolo, dándole seguridad. El caballo prosigue, pero sólo unos metros. Santos borracho hasta la luna sabe que no pueden quedarse ahí, necesita llegar, si se baja del caballo que lo huele, sabe que no va a poder subirse de nuevo. Medio a los gritos lo reta, que siga, ¡kawallu! pero el bicho, nada.
En esa tensión de querer seguir y ese temor a bajarse, el animal ya no sólo se rehúsa sino que se pone loco como nunca. Ni de potro. Se para sobre las patas delanteras y empieza a tirar patadas hacia atrás, después del otro lado parado sobre las traseras elevándose con el cuerpo irritado, frenético, medio a los saltos, pero quieto en el sitio al lado del río; a Santos no le queda otra que aplicar el rebenque, pero pone más fiero al animal que por todos los modos y aterrorizado y casi tirando al jinete intenta si pudiera hablarle al hombre indicarle por qué es mejor que se queden ahí, pero el borracho insiste y con un miedo horrible el caballo se adelanta unos pasos: Santos describe que a poco de volver a andar siente clarito como "alguien" se le sube detrás, amarrándolo fuerte por la cintura, tanto que siente una respiración fuerte, tibia sobre su nuca, le soplaban desde atrás, parece alguien mucho más grande y fuerte que él, el caballo aterrorizado como nunca, la emprende con furia, de instinto, como si se lo llevara la creciente, a los relinchos, brincando alto, retorciéndose, a punto de girar y matar a su dueño, descontrolado y con las crines erizadas, el miedo a ser muerto con esa cosa encima que sujetaba a Santos cada vez más fuerte y el hombre que acaba de quedar lúcido, de perder cualquier borrachera encima, que pela el cuchillo que llevaba siempre en la cintura; de esos cuchillos bravos, afilados como navaja, gruesos como para degollar un buey de una pasada, para no andar con vueltas la hoja, un arma sin dudas en manos de Santos que las ha tenido que ver con pumas y hasta con una piara de jabalíes le entra a dar para atrás, decidido, a muerte, con todo lo que podía; Para qué.., lo que tenía detrás le peleaba peor encima del caballo enloquecido, y Santos cuerdo como nunca y con un cagazo que en vida tuvo comienza a adivinar que lo que viene a cuestas tras sí no es humano, porque de ser alguien habría caido duro hace rato, herido por lo menos, no se jodía con ese cuchillo; En uno de los arrebatos de miedo el caballo logra sacudirse de su carga, pero es Santos quien sigue arriba y el animal dándose cuenta de haber perdido a "la cosa" empieza a correr a toda su alma, velóz, con su dueño a quien esa sombra le sigue sujetando la cintura, y era tan grande según Santos, que las piernas de la cosa se iban arrastrando tras el animal a todo galope, debía ser como un árbol chico de tamaño más o menos para llegar con sus brazos al hombre y tener piernas para arrastrar detrás del caballo...
Al final Santos cae a tierra, dándose con una enrramada y el animal huye despavorido hasta un claro lejano donde se detiene nervioso a esperar la suerte del hombre que atontado por la caída ha emprendido lucha cuerpo a cuerpo con esa cosa enorme, una sombra que lejos de soltarlo ahora lo ha tomado a golpes limpios. "Sabía pelear" eso, lo que fuera. Le pega tal paliza al hombre que por momentos éste se levantaba del piso con el cuchillo y volaba de un seco a varios metros para luego ser alcanzado de nuevo y seguir la refriega que duró poco más de unos minutos, de terror, a muerte, con un Santos que dándose cuenta de que su maña no iba a poder vencer a ese luchador "de aire", toma como puede un par de palitos de rama hallados en el piso en una de las caidas y colocándolos en cruz por sobre encima suyo, tendido y lleno de moretones, empieza a gritar Diosito ayudame, sacame ésto por favor Diosito, la cruz, ve, ¡la cruz! y la cosa se esfuma.
Tendido en la arena, golpeado por todos lados, Santos muy seguro de todo y nunca tan curado de espanto de la curda, busca al caballo todavía inquieto, lo monta, y decide desde esa noche no salir más sin su crucecita de palo santo que tenía guardada en un cajón. Tal su suerte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario