domingo, 23 de noviembre de 2014

Por favor, al túnel del rulo, amigo...


Esto les ha pasado a dos muchachos, que eran amigos de cuando pedaleaban al cerro los fines de semana. Dos aficionados entre tantos, cuando la bici era una moda, que agarraban la mochila y salían a darle arriba, a quemar calorías y a tomar el aire de San Javier, que aun hoy sigue siendo saludable.
Uno, Marcos, era santiagueño estudiante de odontología; el otro, Paulo, tucumano que quería entrar a la Armada. De ir y venir, los changos se van conociendo, hasta volverse compañeros cada viaje, amigos, ya se ponían de acuerdo los sábados temprano para subir aunque hiciera mal tiempo. Al tiempo de haber formado equipo, una tarde bajando conocen a Monica, una chica de unos veinticinco años, simpática, de mirada muy fuerte que decía vivir "lejos" pero que gustaba también de los paseos en bicicleta, y cosa que les llama la atención a los amigos, además de lo bonita que les parecía era que la bici en la que andaba era curiosamente vieja, de esas sin cambio, bien de paseo, y con frenos a varilla incluso. Los changos medio curiosos se preguntaban cómo haría para subir en una de esas por la cuesta que a ellos los agotaba, porque Monica decía haberlos venido siguiendo desde arriba. El motivo de la charla fue para pedirles agua...
A Marcos le suena el teléfono del departamento el viernes a la noche, mientras estudiaba algo medio dormido ya. Era el amigo Paulo muy entusiasmado diciéndole que por nada del mundo deje de ir al otro día al punto de encuentro en el puente de la veinticuatro y Bernabé Aráoz, que quería probar unas cortadas nuevas, pero esta vez por la ruta que sube de San Pablo. La sorpresa es de ambos cuando al llegar al lugar la ven muy sentadita sobre una escalera a Monica con la misma bici y de vestido largo y sandalias esperándolos para partir también.
Ninguno recuerda haber mencionado eso, y ella tomándolo como algo más que una casualidad les pide permiso para sumarse. Los changos contentos por la situación acceden sin dudar y comienza el viaje hacia el oeste por la mate de luna. Llegando al Cristo del camino del Perú, Mónica se excusa cuadra antes en calle Olegario Andrade cuenta Paulo, diciendo que tenía una tía en el barrio y esquivando la esquina con la cruz. Los changos sin decir mucho se desvían también y la chica los lleva por calles adentro hasta el puente de la Mendoza recuerdan, para seguir por las calles internas de Yerba Buena a casa de ninguna tía, y retomando la avenida aconquija cuadras después de canal diez, siempre rumbo al cerro. La mañana era gris y algo fresca, ideal para subir.
Todo sigue normal y Paulo llegando a la Solano Vera dice que indica doblar para ir por San Pablo, unos kilómetros más, varios segun Marcos y Mónica que convence al santiagueño para todos agarrar al sur ahora en dirección a la otra ruta.
El que iba adelante, Paulo, dice que a la altura del cementerio que está al costado de la ruta, a mitad de viaje, siempre por la Solano Vera, disminuye la marcha para ver cómo iba todo atrás, porque les llevaba unos metros de distancia a Marcos y a la chica.
Recuerda el chango que al voltearse lo ve sólo a Marcos y detrás de él nadie, mira bien y nada, y andando le pregunta al santiagueño qué pasó con Mónica, y que el otro contesta que ni idea, pero siguen como si tal cosa... Sin darle importancia.
Pasado ya el cementerio, es Mónica la que pasa muy veloz a los dos amigos con cara de contenta, y ellos suponen que les hizo alguna broma o los estaba desafiando a correr, siempre en su vieja bicicleta.
Suben esa tarde, los tipos sin entender cómo hizo la muchachita a la que no se le veían mucho las piernas por el vestido que llevaba pero debía estar muy entrenada porque no le costó mucho, inclusive cambiaron bicicletas entre los tres y cuando eran ellos los que querían subirse al modelo anticuado, no llegaban a pedalear unos metros y caían exhaustos. Mónica se limitaba a reirse y los desafiaba todo el tiempo a ser más veloces, a ir tras ella que se escondía por ratos y les aparecía muerta de risa...
Al bajar, Monica promete a sus dos camaradas "invitarlos a conocer su casa en cualquier momento". Decía haber estado de novia con un grandulón, que iba a casarse y que al final todo se disolvió, y ahí estaba ella ahogando sus penas con paseos largos y la amistad de los dos varones. Ellos chochos por supuesto, no parecía nada mala la idea.
Vueltos cada uno a su casa ya de noche, a Marcos cansado le vuelve a sonar el fijo del departamento y al atender era la voz de Mónica invitándolo a conocer su casa al otro día mismo, un domingo, que ella ya le había avisado a Paulo y que fueran sin las bicis ya, que ella los esperaría donde siempre, pero para ir en colectivo directamente.
El santiagueño medio aturdido no sabía si por euforia, gusto o un poco de miedo lo llama al tucumano y le cuenta de la llamada, el otro le confirma, y ambos se culpan de que jamás ninguno de los dos le dio su número a la chica, cosa muy rara, porque en cada llamada ella culpó al otro entre risas de pasarle los números. De todos modos los changos creyendo otra de las bromas de esta simpática nueva amiga decide ir sin pensar dos veces.
Subidos al colectivo, al sacar el boleto, Mónica toma la iniciativa y pide al chofer "Por favor, al túnel del rulo, amigo, somos tres". El chofer la corrige: "Al rulo entonces", sí por favor. Los dos muchachos sin decirse mucho cambian miradas pero silenciosos siguen a la chica, que esta vez iba mucho mejor vestida, llevaba el pelo largo suelto, y en vez de las graciosas sandalias, iba de botines. El viaje transcurrió con una Monica más callada pero también más observadora, sobre todo de Paulo que un par de veces preguntó dónde era la casa, extrañado por el sitio de destino...
Al bajarse Mónica decidida toma las manos de Marcos, justo antes del rulo, metros antes y les indica a los dos muchachos seguirla; se la veía muy sonriente, casi seduciéndoles. Diría Marcos luego que él se dejó llevar y que la chica tomo un caminillo muy escarpado, cuesta abajo, en dirección a la boca del túnel que penetra el paredón del rulo, lo que le pareció muy loco, divertido y se bajó por detrás. Paulo medio indeciso pero atraído por Mónica que reía llamándoles se tira también agarrándose de piedras y raíces que salían de la pared profunda.
Una vez ante la boca del túnel Mónica los invita a carcajadas a entrar, no tengan miedo, yo les voy a enseñar un lugar desconocido, vengan, suban conmigo...
El túnel existe y puede verlo cualquiera reclama Paulo al contar esto, Marcos es el primero en entrar, el piso tenía un hilo de agua, pero era de piedra, cemento y ladrillo, resistente y con un tamaño donde cabía perfectamente de pie. Mónica extasiada le estira la mano a Paulo que la toma y reconoce la fuerza de la muchachita que lo jala hacia la entrada sin esfuerzo y se largan a caminar en ese foso oscuro, a media luz o menos, subiendo agarrados de unas barandillas oxidadas por el tiempo en medio de telarañas y hojas mojadas apenas viendo el resplandor de la salida y a su espalda ya lejos la entrada. Los changos cuentan que Mónica aprovecha esa oscuridad para agarrarlos fuerte, pero con delicadeza, sin dudas esperando una reacción de parte de ellos.
A un poco más de la mitad de la travesía del túnel saca una especie de linterna, no saben definir qué era, pero alumbra a una vieja puerta de chapa que parecía haber estado cerrada con un candado que estaba roto, la cadena cortada y era cuestión de quitar. Quitado el cerrojo, y con mucho ruido a lata la mujer les abre la puerta y les invita a entrar, con una voz muy atractiva, agitada, entren conmigo, alumbrando una escalera de piedra en medio de ese tunel que parecía perderse hacia arriba primero, y luego pasar a una galería más amplia ya, ¡enorme! diría Paulo donde al hablar y gritar de la emoción había mucho eco. Siempre Mónica adelante del grupo alumbrando y los chicos enloquecidos, sin miedo escuchando ruido de goteras, como de hilos de agua que pasaban dentro, chistidos de murciélagos y como de chicharras pero extrañas en medio de esa galería ignota, que según les contaba Mónica era una de cientos de ellas, un verdadero hormiguero de túneles que recorrían todo el cerro, y no sólo no terminaban allí, sino que eran kilómetros que conectaban a otras más largas y así por todo lo interior de los cerros, les empezó a hablar de civilizaciones bajo los andes, que había una salida en Lules, que otra en Tapia, que otras iban a Salta, que se podían perder y no salir más...
Tanto detalle aturdió a los amigos que como pudieron entraron a correr a los tropiezos hacia la primera escalera, y escuchando los gritos de la mujer que les ordenaba volver, y como una música lejana en esa profundidad, lograron encontrar la puerta de lata, cerrarla de una patada y dejarse caer por el túnel con agua hasta la boca por donde ya se veía todo el cerro de nuevo. Corriendo no saben cómo lograron bajar por la ruta sin hacer dedo ni nada y tosiendo y medio llorando contar en la comisaría todo.
El policía que los recibió les dijo que tuvieron suerte, que no vuelvan a intentar más eso, que él no podía hacer nada, que esto y lo otro.
Se supo después de años que una concejala de Yerba Buena, dada a la bebida ella, sugirió rellenar con cemento ese túnel ante las carcajadas de los hombres presentes en la sesión de concejo, que pensaron qué delirio tenía esa tipa al tirar semejante disparate.

No hay comentarios:

Publicar un comentario