domingo, 23 de noviembre de 2014

El destructor.


A Nieves como a muchas personas, le atraía mucho la idea de querer llegar lejos. Tanto como para que al darse vuelta entonces, los demás se vieran como insectos ante su huella. Opacados todos, rivales destruidos, amigos convenientes, importantes, ser la clase misma.
Su momento era ése, joven, todavía con encanto suficiente, pero sin ser tampoco verdaderamente llamativa, en otras palabras, persona común. Gris, indistinguible según su modo superficial de ver el mundo. ¿Por qué? Materialmente no era nadie.
Ojo, tenía empleo, ganaba lo suficiente, sabía de su presencia y como usarla, pero necesitaba usar una fuerza que le brotaba de dentro para sojuzgar a quien se le cruzase, buscaba las oportunidades para probar el gusto del poder.
De un barrio como cualquiera, bastante alejado de los sitios que estimaba mejores, esa distancia era proporcional a la necesidad de poseerlo todo; Ante los pobres, sin detenerse a mirar más allá, era implacable, severa como pocos, decirle cruel era describir por fuera, porque de veras odiaba a los débiles. Eran tal vez el peor reflejo de si misma en ese espejo deforme que llevaba dentro. Ansiaba lo peor para quien estuviese a su lado o debajo.
Fue su madre quien la iniciara en el culto a una entidad bastante conocida, un "santito" de dudosa fama relacionado con la muerte y ciertos sacrificios a modo de ofrenda que garantizaban en este mundo gobernado por el enemigo una alianza más que efectiva. Era pedir y tener. El precio lo sabría quizás pero no le interesaba. Era probar eso que ansiaba.
Lo hizo.
Recurrió a este gestor de probada eficacia, empezó a viajar a Corrientes y un día le fue revelado el precio a cambio. No era nada, pensaba Nieves, sólo dar un par de vidas que de todos modos despreciaba. Ya encontraría por ahí desgraciados para contentar ese requisito.
Vuelta de su promesa, a Nieves le esperaba la sorpresa de un ascenso laboral. Sería encargada ahora de un grupo de pares, a quienes mostrarle su verdadero rostro. Desde el momento en que lo supo cambió todo. Ahora podía ser mala. Sus ojos mostraban algo muy turbio, eran portadores de un poder grande, que provocaba miedo en algunos, se veía como una mujer simple, pero en ella algo era descomunal, desusado, infundía temor.
En cuanto pudo ejercer ese peso, lo usó para aplastar sin piedad a quien se le cruzara. Ganaba mucho más, y la cantidad de gente que despreciaba aumentaba también, iban quedando debajo montones; personas cercanas, amigas, su familia, todos. Veía hacia arriba, la meta era esa, trepar. Mucho. Lejísimos. Vamos Nieves.
Descubrí parte de la prenda con su santo benefactor al notar que siempre en su ropa, o en cualquier accesorio que usaba había una calavera, ya sea dibujada, impresa, en una traba, prendedor, o lo que fuera. La imagen iba a diario oculta o visible pero segura siempre con ella.
Otra parte de la prenda fue cuando mencionó que ya había entregado la vida de dos personas de modo indirecto, a un cuñado indeseable y a una vecina que acababa de ser madre deseándoles accidentes que ocurrieron sin demora.
Lo que nadie logró deducir fue cómo ella misma, luego de un tiempo en el que no hizo más que enrriquecerse mucho también fue parte del pago en el pacto que hizo; Trataba nada menos que con el maestro de los negocios, con un experto que lleva millones de años convenciendo a pobres infelices como ella, como muchos, que disfrazado de bueno y cumplidor ahora pedía no sólo la vida, sino su espíritu por eternidad.
La abuela la vio esa noche mientras miraba el programa de bailes ir a Nieves hacia su cuarto nuevo, lujoso, que contrasta con el resto de la casa humilde y sin gracia, con un espejo grande y unas velas. Pensó que se habría quemado algún foco la viejita y no puso atención.
A la hora, habrá sido, escuchó un reventón grande. Como una bomba de estruendo tal vez, y como pudo corrió a ver qué pasó en el fondo.
Vecinos asomados a la tapia, y gente del otro lado de la calle empezaron a llegar a ver qué fue eso. Se oyeron los gritos de la anciana cuando al lograr abrir la puerta, se encontró a Nieves desangranda ya, con una expresión de terror en los ojos, que habían vuelto a ser los de antes, y cientos de pedazos del espejo que había reventado clavados en su cuerpo desnudo ante unas pocas velas que quedaron encendidas. En el piso, y con sangre, la abuela y quienes llegaron luego al encender la luz leyeron: "ES MIA PARA SIEMPRE"

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