domingo, 23 de noviembre de 2014

La casa de la San Lorenzo


En pleno centro de la ciudad, a pocos metros de la esquina con calle Jujuy, y en la misma vereda del colegio, todavía está la vieja casa chorizo que ocupa parte de la vereda y cuya numeración de tres cifras es descendente en escalera, algo así como decir: "once; diez; nueve..." bueno. Mejor pista imposible.
Allí pasó su infancia un poco conocido escritor tucumano muy premiado en el exterior, y el caso es que allí luego de que viviera esta familia de origen ucraniano, -eran judíos- le siguió para habitar la familia de la que voy a contar en testimonio de Enrique, que hoy es un hombre mayor y hasta hace no mucho vivió allí con su familia la pesadilla que sigue.
Cuenta Enrique que de chico, ni bien se desocupara una parte de la casa de la familia judía, empezó a llegar de a poco la suya, y una señora viejita les anticipaba que lo único bueno allí era la proximidad al centro, pero que por lo demás, "dejaran pasar un tiempito" y verían qué hay de malo. Y mucho.
Del testimonio, el hombre trae el primer recuerdo de estar en el patio de la casa, al fondo, y ver por las tardes una silla mecedora moviéndose sola, no siempre pero sí lo suficiente como para que su madre lo viera también y corriera a traer un curita para la bendición.
Hecho eso, Enrique entonces chico, y sin ser miedoso, comenzó a notar ya no la silla, sino las puertas interiores, sobre todo adelante, que se reventaban de los golpes, violentísimos, que se daban sin razón, sin siquiera correr una gota de aire. Cambiaron varios vidrios por eso, y pasaba a cualquier hora esté quien esté. De nuevo un cura para la casa.
Después fueron las ratas. Parece natural hasta cierto punto, en todos lados las hay, pero lo notable en esa casa era la cantidad. Brotaban de los resumideros, parvas, cientos a veces, con tanta vehemencia que Enrique grafica ver todavía las manchas grisáceas que formaban los bichos en su huída trepando las tapias hacia casas vecinas. Era descomunal a veces, y pasaba de repente dice. Se empezaba a escuchar un ruido como de temblor, despues los chillidos, y de pronto, por los inodoros, resumideros, incluso algunos con rejillas se tapaban, por la cantidad de ratas que parecían brotar por arte de magia de algún sitio subterráneo al lugar...
Con los antecedentes, un tío recién llegado de Buenos Aires llevó a la casa una vidente, una supuesta profesora de parapsicología que conocía de casos peores, y que creyendo algo así nomás, a las primeras lauchitas que vio salir, se desmayó y no pisó más la casa, no sin antes recomendar a distancia, marcar una cruz en el patio junto a una mesada de cemento, y cavar allí, porque ella percibió algo muy malo bajo la losa...
Se hizo la tarea, participó Enrique y otros hombres, y dijeron haber hallado huesos humanos, como de criatura, por lo que en parte supersticiosos decidieron dejar allí y no avisar nada a nadie por las dudas. De los cinco hombres que ayudaron en la excavación hoy sólo vive enrique. Los otros, algunos jóvenes como él entonces, se fueron muriendo prematuramente posterior a la zanja aquella. Incluso el escritor, que participó esa vez.
A Enrique eso le llamó la atención, las ratas dejaron de aparecer de esa forma, pero pareció librarse una especie de maldición, que como cuenta, empezó a cobrarse vidas incluso. Primero fueron dos de los que cavaron esa vez. Los agarró un colectivo cruzando una avenida mientras volvían de la cancha de San Martín. Eso pasó unos meses después. Nada. Luego fue un tal "Don espósito" vecino de Enrique de la calle Jujuy, que tenía una despensita a la que no le iba nada mal, un hijo que estudiaba medicina, y una mujer hermosa y más jóven que lo hacían aparecer dichoso. Al hijo estudiante lo secuestraron ni bien empezó el Operativo Independencia, y él sin quererlo un día manipulando una garrafita de cocina se mató al estallarle ésta sin motivo alguno. Enrique enterado, cuenta que ya era mucho, demasiada imaginación y cosas que no cerraban desde esa vez y antes inclusive... En la casa seguían pasando cosas, como una noche en la que ya planeando mudarse, se les hundió una parte del piso en una pieza y de una de las grietas en un rincón brotó algo muy parecido, -sino era- a la sangre. Su madre, una cuñada y después la empleada fueron testigos de esa grieta que se teñía de colorado y parecía sangrar, la mudanza se hizo el viernes de esa misma semana.
Quedó el protagonista nomás viviendo allí, y una familia en la parte de adelante, de donde salían las ratas generalmente; Enrique entonces estudiaba abogacía, era en plena época del proceso militar y tenía más miedo de estar fuera que dentro de la siniestra casa, él le buscaba la vuelta hasta que le pasó lo que cuenta como el hecho decisivo de rajar de ahí...
Había empezado a salir con una de las chicas de la familia de adelante, que estudiaba en la quinta, Nora se llamaba, y una noche en invierno, antes del mundial '78 recuerda, la lleva para su departamentito en el fondo, para mayor privacidad. En medio del romance, en la oscuridad, Norita le pega una cachetada fuerte y Enrique en el acto reacciona para saber qué le pasó; La chica lo reta que no se haga el bobina, que nunca más vuelva a hacer le que le acababa de hacer supuestamente...
Grafica Enrique que según ella, sintió clarito como una mano fría le intentó introducir un dedo en... Por detrás; a lo que éste tipo extrañado le negara inmediatamente, jurando que él no fue, que no era, que se confundió tal vez ella que sin creerle lo dejó pasar.
Dice que a eso de las cuatro, y luego de haber tenido relaciones ya, durmiendo ambos en la camita, despiertan horrorizados, Nora dando alaridos, porque "algo" la tomó por las piernas violentamente y la intentó tirar al piso desde abajo de la cama, algo con manos humanas, de un hombre aparentemente, con fuerza decía ella a los gritos.
La situación, es que inmediatamente aparece un hermano de la chica y otras personas de la parte delantera de la casa para ver qué sucedía en semejante escándalo, querían golpear a Enrique, cuenta, y ella no podía hablar todavía del pánico, se ahogaba en llanto.
Enrique les logra contar a todos y ella lo salva de una paliza segura, cuando de golpe, en la parte delantera de la casa se escucha un alboroto grande, de platos que caían y muebles golpeados. ¡LOS MILICOS! se acuerda que gritaron todos, -era frecuente que se hicieran esos procedimientos nocturnos por sorpresa- pero ante la falta de voces humanas, de gritos o presencia de alguien se dirigen todos alborotados para comprobar que "algo" nuevamente había hecho un caos en la cocina arrojando ollas, platos, cubiertos, sillas y hasta rompiendo una llave de agua en el momento en que todos se fueron a lo de Enrique...
Él fue el primero en irse de allí después de eso, se tomó un tren a Rosario de la Frontera donde vivió hasta hace un par de años, y no sabría decir qué le pasó a la familia de Norita que quedó viviendo un tiempo más seguramente.
Se vino de Salta cuando se enteró de la muerte del cuarto de los presentes esa tarde de la excavada en el patio, del doctor éste escritor que murió de un cáncer hace poco. En la despedida y hablando con familiares acerca de la vida de aquel y de la casa en cuestión, le contaron que vendieron finalmente, espantados las familias que estuvieron allí; que después fue pensión, y por otros medios Enrique alarga queriendo no creer que le contaron que siendo pensión de otros estudiantes, dos chicas en distintas épocas se suicidaron, no allí exactamente, pero vivían en las piecitas del fondo.
Supo que una era jujeña, de la otra poco y nada; A la casa aparentemente la revendieron o algo y ahí sigue intacta como siempre.
Algo que cuenta una egresada del Santo Domingo es que sí, efectivamente en ese colegio aparecían ratas a veces, y otras ella jura, que al pasar con los compañeros por esa vereda, sentir algo como malo provenir de allí. Como un escalofrío.
No lo sé.
A mi personalmente la cuadra me provoca algo de desolación, es fea, tiene algo. La historia que luego me contara Enrique me lo ha confirmado entonces.

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