domingo, 23 de noviembre de 2014

De un loco que también hace graffitis.


Esto pasó allá por el año 1993; De la zona de villa Além es este relato.
Ariel ahora es algo así como preventista de insumos de computación; entonces era un técnico y entendía de esas cosas. Se dedicaba sobre todo a los videojuegos, era de los que arreglaban, instalaban, las placas de las máquinas a fichas que eran furor. O sea, andaba por toda la ciudad lleno de trabajo porque siempre había algo por ahí.
De recorrer calles, una siesta, comenta, a pesar de ser invierno hacía mucho calor y andaba muerto de sed. Dice que iba por calle Ayacucho, pasando la independencia buscando una dirección, y al llegar a la esquina de Larrea, se topa con una chica, que sería de unos veinte años, -él tenía dieciocho entonces- y le da charla. No recuerda ya qué se dirían exactamente, pero ella se mostraba amigable. Lo que sí recuerda es que lo invita a su casa a tomar algo fresco, pero Ariel, medio por quedado dice, prefiere esa vez esquivar la invitación argumentado algún apuro. La onda es que la chica lo sigue conversando un par de cuadras y después se despide...
Sin darle mayor vuelta al asunto a Ariel le queda una sensación rara, la chica iba muy bien vestida, era linda, y hasta lo había tratado bien. Decide por curiosidad según él, volver al otro día y ver qué pasaba.
Dicho y hecho, cuenta que no sabe si al otro día o un par de días luego, vuelve por esa esquina y de nuevo la chica, -dice Ariel que ella siempre llevaba un saquito marrón como a cuadros- lo chista desde una vereda al frente. Se inicia de nuevo la charla, no sería muy trascendente, pero la invitación se repite. Esa vez dice el flaco, -su apodo- él accede. Recuerda que fueron a una placita por la calle Larrea, y conversaron bastante, ella le dijo llamarse Leila y no pasaron de un beso.
A partir de eso, y sin ponerse de acuerdo, Ariel comienza a encontrarse a la chica en cada sitio donde fuera; no existían los celulares por estos lados en esa época, era cosa de señales de humo, pero de algún modo Leila se cruzaba con Ariel, aún cuando los destinos de éste eran erráticos.
Llamada de atención.
Cuenta Ariel que un día una tía de él, de visita en su casa, le pregunta con quién estaba una tarde que ella pasó por un bar en el centro y lo vio hablando muy animadamente con una chica. Se llama Leila contó él. La tía le dijo que le causó una impresión extraña esa mujer, sin decir mucho más. Eso le quedó grabado.
Luego, el recuerdo del salón de Wico -uno que estaba por la Laprida al 200- y que de ahí sí, se fueron efectivamente a la casa de Leila aprovechando que sus padres no estaban.
Según Ariel ella vivía por la Matheu en una casa que quedaba al fondo de un pasillo largo, y que al frente había un taller. La cosa es que pasan, y sacando ventaja de estar solos, dan lugar al contacto. Ariel se llega a la chica y se confiesan ambos haber sido vírgenes. Recuerda el tipo que ella lo contó llorando luego de.
Pasó un tiempo y él ya no encontraba por ahí a Leila, acostumbrado como estaba ya a eso cada vez que salía. Decide obviamente volver a casa de la chica y encarar a los viejos directamente, estaba metido el flaco, no le importaba nada. Ese día dice, le compró flores y todo a la noviecita.
Después de un trabajito, se manda a la casa y lo sale a atender por el pasillito una señora, la madre, que ante la pregunta de Ariel lo queda mirando largo, con cara sorprendida... "¿Vos eras compañero de ella en la escuela?" Recuerda la voz de la madre. "No señora, yo la busco a su hija" o algo parecido, dice.
Dice que la señora se apoyó contra la pared contestando no, hijito, no sé a quién buscás vos, pero no es acá... Ariel responde que a su hija, a Leila, mire yo soy el novio señora, palabras más o menos.
Dice que el tono de la señora cambió de golpe. Corrió al portoncito y salió a recibirlo en la vereda, sollozaba la mujer, ¡Pero si mi hija ha fallecido hace dos años ya, deje de molestarme jovencito, sepa eso! ¡Mi hija no llegó a tener noviecito, vayasé! La onda es que Ariel pálido al parecer no podía explicarle a esa mujer que ¡él unas semanas antes había estado con esa hija en esa casa aprovechando que no había nadie..!
No recuerda cómo terminó esa charla horrible con la madre que no sabía si correr a patadas al pobre chango o preguntarle de su hija, que cómo era posible, que basta ya, etcétera.
Lo más perturbador es el recuerdo, Ariel terminó yendo a un psicólogo, que le insistía en volver por esa casa y encarar a esa mujer, y que Leila iba a ser real hasta que comprobara que la señora aquella no era una delirante y cosas así. Ariel no quería saber más nada con esa gente, ¡Pero extrañaba a la chica! Era hermosa según él, era especial y no le importaban lo que dijeran, pero no quería pasar por lo mismo.
Dice Ariel que en vano andaba por ahí buscándola, que siempre miraba a todo el mundo tratando de dar con ella, y que jura un día haberla visto dando vuelta una esquina en el centro, y que el no se perdona no haber corrido a ver si era cierto, no entendía nada.
En esos recuerdos, Ariel se vuelve loco cuando una noche soñando con ella, se despierta horrorizado cuando siente que algo se movía a su lado y al prender la lamparita se encuentra a su lado un enorme bulto de gusanos, miles de bichos en su cama, y enloquecido del asco y el miedo corre al baño, pero al volver se da con que no había nada ya sobre su cama. Dice que con el mayor cuidado con la punta de un palo dio vuelta las colchas y nada. Era como si se hubiesen esfumado los bichos.
Volvió al psicólogo y éste dice que lo quería derivar a un médico psiquiatra, porque estaba peor que antes.
Según Ariel su obsesión se había vuelto rechazo ya, quería olvidarse de todo eso, pero recordar a Leila le gustaba, no sabía qué creer.
Se puso de novio con otra mujer, ya habían pasado un par de años de eso, y la tipa lo dejó porque según ella al llegar un día por su casa la recibió una chica y le dijo que ella era la novia de Ariel, que no los moleste mejor.
¡Para qué! El pobre chabón estaba como loco, veía iniciales que le recordaran su nombre y el de ella y ya pensaba en que era ella, o su fantasma, o lo que sea.
Así llegó por un pequeño templo evangelista, le dijeron que probablemente estaba perseguido por ese espíritu, él juraba que ella fue real, que pasó de todo, que esto y lo otro, lo mantuvieron tranquilo un buen tiempo, después perdió la fé; La Leila seguía apareciendo en sueños o dibujándole corazones en algún espejo, mirándolo mientras comía a solas, viajando con él incluso.
Una noche decidió ponerle fin a la cosa. Tomó una hoja y escribió un cartelito "Yo te quiero mucho, pero te dejo ir en paz, andá tranquila, no sigas sufriendo" dice que le puso una noche y lo dejó sobre su mesita de luz.
Nunca más supo de la aparición y no volvió a tener esas visiones. Hoy "Ariel" además de lo de la computación anda por ahí pintando paredes con otro loco, con poemas. Según él son para ella, y hasta le pintó uno al frente de su casa. Dice que a pesar de todo lo que le pasó le agradece haberla cruzado, que lo suyo fue de verdad.

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