domingo, 23 de noviembre de 2014

Las Marcas.


El amigo, aficionado a la pesca, ya sea por placer o deportiva, y junto a un socio correntino también fanático, son los protagonistas de este loco relato.
Al de aquí, al tucumano es relativamente fácil ubicarlo, tiene una casa de artículos de pesca bastante conocida, pero ahora ya no sale de la provincia si no es con por lo menos cuatro compañeros.
Los dos sujetos, entonces mucho más jóvenes y sin panza, pero que siempre fueron grandotes cabían perfectamente en el pequeño bote deportivo a remos, ideal para navegar en aguas rápidas, de esos estilizados muy parecidos a los de kayak pero abiertos, es decir, sin la capota baja; En este bote, en aguas poco profundas, eran súper silenciosos, el aparato se deslizaba muy suavemente con gran agilidad por la superficie sin mover apenas el agua, lo que necesitaban estos dos hombres para una pesca mucho más efectiva, apenas si se notaba la presencia al desplazarse y producía en los animales bajo el agua mucha curiosidad ese gran pez alargado y rápido que flotaba, sin delatar a sus tripulantes.
La noche en que llegaron a Entre Ríos, a uno de los miles de brazos del Paraná bajo, cercanos al sur de Santa Fé, pero del otro lado, parecía amenazar lluvia, se devisaban nubarrones densos que dejaban ver de a ratos una enorme luna amarilla sobre el este, pero con luz sobrada para ver en el lugar, y acostumbrados ambos a pescar de noche, a ver demasiada oscuridad, con esa luna tenían asegurado éxito. A Martín (tucumano, tiene otro nombre), le fascinaba además del pique de los peces la aventura nocturna de estar lejano al ruido de la ciudad, con el sonido del agua tranquila, los ruidos del campo, los grillos, las aves nocturnas, el placer del agua agitarse al atrapar algo, el silbido del reel de las cañas, en fin. Estaba en su elemento.
A Julio (correntino, nombre real) que creció desde chico en el agua, con la ropa empapada durante todo el año, acostumbrado a tener una caña en las manos, a abrir pescados, al fuego, a la sartencita con aceite, a ver en la noche, a dormitar de a ratos con los brazos firmes, le venía perfecta la compañía del otro, y habían planeado una excelente noche más que nada de camaradería y buena cena. Lo demás lo traerían para la familia, los amigos, y algún ejemplar grande podrían conservarlo para exhibirlo, como hacían algunas veces.
Bajados del Peugeot 504 del tucumano, la emprenden hacia un despeje de esa densa vegetación, una entradita perfecta para el bote de fibra y con espacio para darle empuje sin problemas y trepar. Martín llevaba las cosas en el bote y Julio era el que empujaba. Relata sin embargo Martin, que el correntino le confesara minutos despues de embarcar silenciosos haber sentido "un frío en la espalda", un mal presentimiento tal vez, pero sin mucha importancia, la siguen.
En la tranquilidad de la cercana medianoche, con luna alta y sin nubes ya, el brazo de agua parecía clarísimo, se veía todo, mucha luz y cerca de una docena de bichos medianos en el balde con agua helada, los amigos hablaban bajito, contándose cosas, pero concentrados en lo suyo, es Julio el que nota medio al sur una estrella con un brillo poco común, mayor a la de las demás, y le hace notar a Martín eso, pues a medida que pasaban los minutos el brillo parecía aumentar. Será de esas grandes, pensaban, sin darle mucha atención.
La primera impresión memorable de este dramático asunto fue minutos más tarde, cuando de repente, apareció un enorme objeto volador, moviéndose con rapidéz en el cielo. Mientras pasaba sobre los observadores, su brillo naranja lo hacía fácilmente visible en la penumbra. Era una visión asombrosa: un aparato con forma de cuarto creciente, tan enorme que era al menos ocho veces mayor que cualquier avión conocido. Las puntas del creciente estaban dirigidas hacia atrás, emitiendo escapes parecidos a los de los reactores.
Volando a una increíble velocidad la gigantesca aeronave se perdió de vista en pocos segundos. Los dos pescadores se quedaron estremecidos por la experiencia. Al principio no podían hablar casi nada, y menos informar de la misma por miedo a que nadie les fuera a creer.
Pero pronto, apenas se hubieron repuesto de la impresión y decididos a finalizar la pesca para emprender el regreso y contarlo todo, y sin tiempo siquiera de navegar hasta el sitio seguro donde volver a tierra, la enorme "lúnula voladora" les vuelve a aparecer, esta vez mucho más grande aún y cercana a la copa de los árboles de un monte cercano a la margen izquierda...
Lo siguiente que recuerdan es aterrorizados tratar de llegar al vehículo estacionado a pocos metros ya, pero con el objeto por encima de ellos, no sabrían decir a qué altura, amenazante sobre el bote que parecía un grano de arena ante semejante cosa suspendida en el aire, y que ocupaba gran parte del cielo nocturno.
Luego, de las puntas de la especie de luna que se había vuelto azulada ya, pero sin ser muy brillante, bajaron dos luces muy potentes apuntándoles a la cara a cada uno, que sin poder moverse recuerdan mucha confusión y voces en sus mentes que les pedían "colaboración y calma"...
El relato del tucumano, con lágrimas en los ojos mientras se fuma desesperado el cigarrillo, -veo que le tiemblan las manos- es de estar los dos dentro de esa cosa, en un ambiente tenue, sin mucha iluminación, en una atmósfera de aire frío y muy pesado, similar tal vez al de un quirófano, y el compañero Julio inerte como adherido a una especie de mesa sin patas, de un sólo bloque.
Imaginen lo que sigue, y es la aparición de tres seres "con batas" uno mucho más alto y a cada costado los más chiquitos, como de la altura de un nene de dos años, con cabeza desproporcionada y unos ojos que infundían terror de solo verlos. Parecían comunicarse con esos ojos horribles, enormes. Se miraban entre ellos y casi parecía Martín entender qué tramaban esos seres maléficos, segun su relato.
Al primero que se llevaron fue a Julio. No sabe de dónde ni cómo, pero parecío que atravesaran alguna de esas cosas como paredes que había en el recinto donde estaban los desafortunados pescadores; El los vio irse a los petisitos de bata llevando al amigo lentamente tomándolo de las manos; el correntino parecía zombi, iba sin dar trabajo, como autómata con los entes. El más alto se quedó con Martín a su lado mientras éste, desesperado trataba de zafarse de la posición que tenía, como si estuviera en una silla de dentista, pero duro, sin lograr moverse a voluntad y el ser idéntico a los otros, pero mayor que le puso una mano en la boca, con unos dedos horriblemente fríos y largos, "como garras", de piel dura, similares a "las patas de un gallo", explica Martín emocionado, y viendo que la actitud del bicho era aquietarlo pero sólo lo enloquecía más al pobre chango.
Pérdida de conciencia.
Luego aparecer en otra sala junto al compañero correntino, ya de pie y como apoyado en un panel de vidrio con una manguerilla en la mano que de a ratos movía hacia arriba y abajo; Y él que logra zafarse de su quietud corriendo a un rincón pero sintiendo la fea impresión de que el lugar era circular y no ofrecía rincones posibles donde refugiarse de todo eso. La aparición de una especie de robot que parecía algo artificial y el terror nuevamente al sentirse observados desde una ventanilla por un ser con cara de reptil, como una iguana grande, que aparentemente era la que mandaba al androide ése que parecía custodiar a los amigos.
Sobre el final de la pesadilla, y nuevamente recostados uno junto a una clase de camilla del otro, los seres del principio, ojones y con mucha "maldad" presentía Martín intentando examinarlos, a lo que el correntino vuelto en sí y llorando mucho, desnudos ambos, se empieza a orinar, y el chorro que alcanzó se ve a uno de los cosos esos, que pareció quemarse con el líquido y de un salto brusco caer de espaldas hacia atrás, como alcanzado por un ácido y el otro bicho ante eso desaparecer inmediatamente.
Seguirá luego aparecer los dos compañeros arriba del bote nuevamente a muchos kilómetros del sitio donde pescaban, y muy de madrugada ya, casi clareando el horizonte, buscando como locos el auto.
No volvieron más por esos lados. Martín aún hoy tiene las marcas de que eso no fue mentira: En su brazo derecho posee dos marcas circulares perfectas, del tamaño de la boca de un vasito descartable. Son demasiado bien hechas para ser naturales. De Julio se supo que un par de años después de eso dejó todo, se fue a la quiebra de su negocio de maquinarias agrícolas y volvió a vivir a casa de sus padres, declarándose casi un linyera.
Toda la historia surgió por la confianza con el pescador tucumano ante la pregunta de "¿Qué son esas dos marcas?"

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